Franklin Panata, rejoneador, recibirá un homenaje.
A sus 36 años el rejoneador ecuatoriano Franklin Panata se preparaba para tomar la alternativa y ascender al escalafón superior. Pero una caída del caballo durante una fiesta taurina popular le produjo la muerte.
Hace seis años ingresó en el mundo de la tauromaquia de la mano de Pepe Mejía, en el rancho Tío Pepe, ubicado en las cercanías del cantón Mocha, en la provincia del Tungurahua. En el lugar se apasionó por los caballos y los toros.
Para octubre de este año estaba prevista la ceremonia para ‘graduarse’ como rejoneador. Allí estaría acompañado, como su padrino, el rejoneador español José Miguel Callejón y los caballistas ecuatorianos Sebastián Peñaherrera, Wilson Valladares y Sebastián Urbina. La corrida sí se dará, según los organizadores, pero ahora como un homenaje póstumo.
El mentor de Panata cuenta que muchos proyectos se quedaron truncados con la muerte del rejoneador. “Hace poco vendimos unos caballos y con ese dinero iba a construir su casa. El rancho era como su segundo hogar”, añade Mejía.
Panata era conocido en el ambiente taurino. En una de sus participaciones en Mocha, Marco Cárdenas entabló con él una gran amistad. “Solo se nos adelantó. Era una persona buena y muy amable”, comenta.
El caballista dejó en la orfandad dos hijos menores de edad.
Panata participaba con gran entusiasmo en los concursos de lazo, en los toros populares, en los desfiles de los chagras y en los bailes ecuestres.
De hecho, el día de su muerte (domingo 20 de julio) actuaba en un festejo de toros de pueblo en Píllaro.
Entró a rejonear (torear desde el caballo) y un toro corneó al caballo que montaba provocando su caída y la del jinete.
Pepe Mejía aún no lo puede creer. “El golpe que sufrió Franklin al caer fue mortal. Corrí a cogerlo, los golpes fueron en el cráneo y en la espalda. Prácticamente murió en mis brazos”, recuerda.
Al siguiente día el féretro con el cuerpo de Panata fue velado en el centro de la caballeriza del rancho Tío Pepe hasta ser trasladado al cementerio.
Su caballo, de raza Azteca llamado Mago, también lo acompañó en su último recorrido por la plaza que lo vio nacer.
Desde el lugar, el cortejo partió bajo los acordes del yaraví Allá te esperaré. Durante el recorrido hasta Quinchicoto decenas de jinetes custodiaban el ataúd del amigo, maestro, familiar o simplemente conocido.
El camión que muchas veces trasladó a sus caballos y ganado fue utilizado para transportar a las decenas de arreglos florales que reposarán en su morada eterna.