La playa es extensa y plana en la parte norte. Muy poca gente la conoce y visita.
El letrero lo dice así: “Playa La Cabuya, un regalo de Dios”. Yo adicionaría “que es para ti solito”. Afirmo esto porque mientras en San Vicente y Bahía de Caráquez había mucha gente durante el último feriado nacional, en La Cabuya casi no había nadie.
¿Cómo se llega a ese rincón de nuestra Costa manabita? Pues muy fácil. Desde Quito debemos trasladarnos hasta Pedernales utilizando cualquiera de las carreteras disponibles (Calacalí – La Independencia o Alóag – Santo Domingo). Desde esa población tomamos la Ruta del Sol hacia el sur 22 kilómetros, que representan unos 15 minutos más de viaje, y llegamos.
Estacionamos nuestro vehículo a pocos metros del mar y el delicioso olor a pescado frito que nos llegaba nos abrió el apetito. Una familia había estacionado su furgoneta un poco más allá y ellos mismos estaban preparando su almuerzo.
La paz y tranquilidad del entorno nos invadían profundamente. El sol, que nos llegaba con fuerza pero no quemaba como en otras ocasiones, nos invitaba a meternos al agua lo más pronto posible. Cuando lo hicimos constatamos que tenía una temperatura muy agradable, perfecta para disfrutar de lo que habíamos ido a buscar.
La playa es muy amplia y sus olas son muy suaves desde la mañana hasta las 16:00, ya que después de esa hora el calmado mar se pone un poco más “bravo”.
La iglesia del pueblo tiene una ubicación privilegiada, en una loma al filo del mar.
La parte norte es plana y nos permite introducirnos mucho en el mar, pues el agua apenas nos llega hasta las rodillas. En cambio, en la parte sur, donde está asentado el pueblo, la pendiente es más pronunciada y nos obliga a ser más precavidos con la resaca marina.
El viento soplaba suavemente y el cielo, de un azul celeste límpido, nos permitía admirar diversos grupos de pelícanos, gaviotas y otras especies de aves en grupos numerosos. Algunos cangrejitos rojos corrían de aquí para allá y se asustaban muy fácilmente, escondiéndose en sus cuevas, para dejarnos ver solamente sus ojos saltones. En el mar la vida es más sabrosa, ¿verdad?
El pueblo de La Cabuya es pequeño pero pintoresco, y la calle de acceso principal tiene palmeras a los costados. Sus casitas, de caña en su mayoría, están construidas con buen gusto.
Aparte del espectacular paisaje que nos rodeaba, algo que nos llamó mucho la atención fue una iglesia emplazada en la loma más sobresaliente, al pie del acantilado y con el mar a sus pies, dándole al entorno un toque muy singular.
Como el disfrute de la buena comida de cada lugar es una parte importante de ir a la playa, en La Cabuya no faltan los manjares del mar, de muy buena calidad y a precios muy convenientes.
Y si me permiten una recomendación, el restaurante Cabuya, ubicado a la entrada del pueblo, en la Ruta del Sol, ofrece platos con mariscos muy bien preparados, a precios de hace mucho tiempo, y con una atención de lo más amable.
Si la intención del viajero es pasar varios días allí, hay pequeños hostales que ofrecen sus servicios. No obstante, quienes busquen mayor comodidad pueden encontrar una gran cantidad de alojamientos de todo nivel en la cercana ciudad de Pedernales.
Además de mucha alegría y entusiasmo, es importante llevar sombreros o gorras, gafas para el sol, protector solar, cámara de fotos y bebidas para hidratarse.
Sí, el letrero de bienvenida tiene mucha razón, La Cabuya es un regalo de Dios, y ahí solamente faltan ustedes.