Hola amigos viajeros, en esta ocasión retomaremos los paseos por nuestro país y tomaremos rumbo hacia el sur de Quito para conocer el famoso cráter del volcán Quilotoa, muy apreciado por los turistas nacionales y extranjeros.
Luego de atravesar las pequeñas poblaciones ubicadas a los lados de la Panamericana Sur, llegamos a la ciudad de Latacunga. Desde ahí nos desviamos hacia el occidente, por la carretera que une Pujilí y Zumbahua.
El viaje, de ida y vuelta, sin apuros y respetando los límites de velocidad vigentes, puede durar alrededor de 6 a 8 horas, dependiendo del tiempo que nos detengamos en cada lugar para conocerlo, para tomar fotos o para descansar.
Nuestra primera parada se dio al sur de Machachi, donde disfrutamos de los conocidos helados de crema y frutas, que hacen el deleite de chicos y grandes.
Seguimos por la carretera de tres carriles por lado hasta subir a los páramos de Tiopullo, donde podemos aprovechar, si el clima nos es favorable, para observar y fotografiar a los nevados Illinizas, al oeste, y luego al espectacular volcán Cotopaxi, al este.
Más adelante tenemos dos alternativas de viaje: la común, que nos lleva hasta Latacunga directamente por la Pana Sur, o la alternativa, que es desviarnos hacia la carretera que conduce de Lasso a Pastocalle, para ir conociendo otras pequeñas poblaciones en una vía interna paralela a la Panamericana.
Optamos por la segunda opción. Después de Pastocalle, una vía asfaltada en buen estado nos conduce hacia Toacazo, Tanicuchí, Saquisilí y Poaló, hasta llegar a Latacunga. Cada una de estas poblaciones tiene su atractivo particular, en el que cabe destacar sus plazas, iglesias, parques, monumentos y mercados. También podemos disfrutar de la tranquilidad y aire puro que envuelve todo este recorrido.
En Latacunga tomamos la carretera E30 que lleva a la Costa pasando por Pujilí, Zumbahua, La Maná y Quevedo. Esta vía fue reconstruida recientemente y se encuentra en perfecto estado.
De Latacunga a Pujilí hay una distancia de 10 kilómetros y, desde ahí, siguiendo por la misma vía y atravesando los páramos, llegamos a Zumbahua, que está 56 kilómetros más adelante.
Una vez en el pueblo tomamos un desvío a la derecha y nos enrumbamos por la carretera que nos llevará hasta el cráter y la laguna del Quilotoa, destino de este viaje, que están a 12 kilómetros de distancia.
En este trayecto van apareciendo diversos letreros azules que nos invitan a conocer algunas atracciones turísticas interesantes, como por ejemplo el Cañón del río Toachi, el mismo que luego de pasar junto a Sigchos, se enrumba hacia la carretera que va de Alóag a Santo Domingo de los Tsáchilas.
En seguida, un poco más adelante y ya en el poblado de Quilotoa, nos espera un control administrado por personal de la Reserva Ecológica los Illinizas, donde verifican cuántas personas van a ingresar al complejo y nos señalan dónde estacionar el vehículo.
Un trayecto peatonal bien acondicionado, entre casas de construcción serrana y locales de venta de artesanías, nos encamina hasta la entrada al conjunto de la laguna y el cráter del volcán Quilotoa.
Aquí se ha construido en madera tratada y bien presentada, con buen gusto y acertada planificación, un mirador del cráter que es como un gran balcón al vacío, el cual permite admirar la grandeza y majestuosidad del paisaje.
Resulta muy apto para captar fotografías o videos del hermoso entorno. El cráter, de un diámetro muy grande, y la laguna que cabe en su interior, son espectaculares. El hermoso color turquesa del agua varía de tono de acuerdo con la incidencia de la luz del sol.
De alguna manera, el espectáculo puede llegar a ser hasta melancólico, cuando el cielo está nublado, sopla un viento frío, y más todavía cuando cae alguna ligera llovizna. Sin embargo, no existe en nuestro país un lugar similar.
En cambio, en un día soleado, la situación es diferente. La vida fluye a raudales, los pájaros revolotean, un ligero viento silva melodías en nuestros oídos y en los pajonales. Lo que ven nuestros ojos es todo majestuosidad.
Para invitarnos al descanso y admiración del entorno, también hay glorietas de madera, cubiertas con techos de teja roja, rodeadas de bancas. Restaurantes y hostales ofrecen sus servicios a los turistas, quienes incluso pueden alquilar un tour a caballo que los transportará cómodamente por un sendero que desciende hasta la playa de la laguna, unos cuantos cientos de metros más abajo.
Aquí, inclusive, se puede aprovechar para realizar paseos en bote en las aguas tranquilas de este majestuoso cráter apagado, inundado por las aguas de la laguna.
En los alrededores también se puede admirar llamas, alpacas, ganado bovino, ovino y caballos que pastan sin inmutarse, mientras los inquietos turistas buscan retratarlos con sus cámaras de fotos y de video. Todo lo que nos ofrece la naturaleza en ese lugar es realmente espectacular.
La oferta gastronómica no falta, pero predominan los platos donde las truchas son el componente principal. No obstante, la comida que se puede encontrar en el lugar logra satisfacer todos los gustos.
Cabe recordar que, por tratarse de un lugar alto de nuestra serranía, es recomendable llevar ropa abrigada, gorros de lana o sombrero para el sol, gafas, protector solar y, en algunos casos, hasta guantes para las manos, por el viento frío o la lluvia que pueden aparecer sin previo aviso.
Los viajeros pueden emprender el retorno por la misma vía, o, para quienes desean más aventura, tomar la carretera que nos lleva a Sigchos, que, aunque no es asfaltada, tampoco está en mal estado.
Al circular a una velocidad moderada se puede admirar paisajes que pocos ecuatorianos han tenido la oportunidad de disfrutar.
Desde Sigchos hasta la Panamericana Sur, a la altura de Lasso, nos separan 52 kilómetros por una vía asfaltada y en muy buen estado. Hasta la próxima.