Algunos de los chicos ya han sido campeones nacionales, pese a la falta de implementación deportiva. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Jecson Preciado se emociona cuando habla del boxeo. Sus ojos se llenan de lágrimas y sus manos empuñan con fuerza para manotear el aire en cada una de sus expresiones. El expugilista les transmite esa pasión a cerca de 50 niños en la Isla Trinitaria, en el sur de Guayaquil.
Es el profesor de la escuela Semilleros de Cambio, en la Cooperativa Mélida Toral, del populoso sector. Allí llegan niños y jóvenes afrodescendientes, de entre 8 y 15 años, que se entrenan en jornadas matutinas y vespertinas.
La escuela se creó con el objetivo de rescatar a los menores de las calles y evitar que consuman droga. Este es uno de los sectores más conflictivos de la ciudad, según los reportes del Ministerio del Interior, y por eso Preciado se siente obligado a cooperar con la comunidad.
Era apodado ‘El Destructor’ durante sus años de pugilista, por eso no teme recorrer las estrechas calles de la cooperativa, para convencer a los jóvenes de que asistan a las prácticas. Va a buscarlos a sus casas, y conversa con sus padres para acercarlos al deporte.
“Estamos en la Trinitaria, aquí muchos niños y jóvenes se pierden entre armas y drogas. Tenemos que luchar contra el ocio y contra la discriminación que aún existe contra la gente de nuestra raza, y que mejor que haciendo deporte”, dijo Preciado, de 45 años.
A las 08:00 abre las puertas de la escuela, que se ubica en las riberas del Salado. La edificación de cemento, con 25 metros cuadrados de construcción, tiene tres ambientes.
En el principal hay tres sacos de arena y una pera; allí se mueve la mayoría de alumnos. En los otros dos salones se guardan los implementos.
Mientras los alumnos realizan combates rápidos entre ellos, Preciado los supervisa y pone mayor atención a los chicos más experimentados; los que ya compiten en certámenes a escala nacional.
Tres de sus alumnos son medallistas de los últimos Juegos Nacionales. Uno de ellos es Deiber Viveros, de 15 años. Se entrena allí desde hace un año. “Mi familia está contenta porque estoy ocupado y no paso en la calle”, dijo.
La vergüenza que sentía durante la entrevista quedó de lado cuando empezó a golpear el saco de arena. Viveros se movía rápido ‘haciendo sombra’ y usaba sus puños como certeros aguijones sobre el costal.
También hay espacio para las mujeres. Una de las alumnas más destacadas es Dianyi Valencia, de 13 años, que obtuvo medalla de plata en los últimos Juegos Nacionales Juveniles, en Carpuela.
Por su estatura 1,77, se especializa en golpes largos, pero ahora quiere perfeccionar su técnica de combate cuerpo a cuerpo. “El ‘profe’ me enseña a moverme más rápido; ahora estoy mejorando mis ganchos”, contó.
Uno de los pedidos de Preciado es que el Ministerio del Deporte, entidad que financió la construcción de su gimnasio, los ayude con la reposición del material de trabajo. Los guantes, manoplas, cascos y sacos están rotos.
“Tenemos que pedir USD 0,10 a cada uno de los chicos para comprar el agua”, contó mientras se rascaba la cabeza con preocupación.