Con estas sencillas pero sublimes palabras llenas de bondad y caridad cristianas pronunciadas por el papa Francisco al referirse a la comunidad homosexual, ha sepultado siglos de marginación, incomprensión y desprecio de parte de quienes -por considerarse “normales”- se sienten autorizados a ello.
El papa Francisco ha abierto finalmente las puertas de nuestros corazones y de la Iglesia para acoger con benevolencia y comprensión a quienes son diferentes, aplicando esa gran lección del Buen Jesús: “Quien esté libre de pecado que lance la primera piedra”.
No se puede escuchar sin conmoverse esta formidable humildad y nobleza de parte de quien sí tiene autoridad, en virtud de su infalibilidad, a pontificar y sentenciar.
Si el papa Francisco no hiciera nada más para cambiar tantos entuertos de este mundo, esta declaración suya bastaría para asignarle un alto puesto en la historia del espíritu humano.
Cuántos conocidos políticos, muy dados a insultar, criticar y descalificar a los opositores que piensan diferente, deberían aprender esta lección de humildad y sensatez. Pero creo –y me duele admitirlo- ellos seguirán por ese camino.