La próxima visita del papa Francisco conmueve el convivir nacional. Es obvio, por tratarse de un personaje de trascendencia mundial. La acción implantada por Su Santidad es fruto de fe, de valentía, de convencimiento de que el bienestar del hombre, la dignidad de la persona están sobre cualquier consideración. Mucho se ha dicho, dicen y dirán sobre este acontecimiento singular hasta deformarlo.
La iglesia ecuatoriana ha sido relegada a una posición secundaria y el protagonismo del Gobierno es sorprendente. Las autoridades eclesiásticas no han dicho ni chis ni mus, dejándose manipular cuando son ellas las que deben estar en primera fila. El Gobierno se arroga funciones que no corresponden a un Estado laico.
El Decálogo precisa los postulados del catolicismo. El papa Francisco viene como autoridad suprema, como cabeza espiritual y como guía de fieles que creen y practican la religión católica. Esta es una visita pastoral. El pueblo ecuatoriano desea saber si el hecho de autoproclamarse cristianos, católicos, responde a un comportamiento sincero o es una careta para disfrazar una situación caótica y continuar con engaños y falsedades.