Hay que seguir actuando sobre los más vulnerables. Se estima que sólo el 16% de los viejitos están jubilados (S. Andrade, 2017). Como niños, con autoridad pero sin fuerza, hay que verlos vendiendo, con su lento caminar, cualquier cosa para sobrevivir; o acurrucados, muertos de frío buscando abrigo o un mendrugo de pan, o deprimiéndose, sin compañía, a veces con discapacidad, lo que los hace triplemente vulnerables.
Se puede generar más política pública territorializada, no para confinarlos a un asilo, sino para integrarlos a la sociedad con cariño y paciencia, y facilitar su tránsito en esta etapa de la vida.
Además de acciones de protección para los que han debido prostituirse; provisión de ropa y albergues improvisados (‘Mensajeros Urbanos’, 2017), etc., hay que concluir, desde lo público, con la tarea pendiente con quienes se desvivieron para cuidarnos.