Con pesimismo y profundo desasosiego, observo en estos días el cauce insultos y reproches entre algunos de los tres (los demás son comparsas vanidosas) candidatos presidenciales de la oposición al catastrófico desgobierno de interminables diez años de Alianza País.
Si, como era de esperar, no se dio la tan anhelada unidad para formar un solo frente político, capaz de vencer en la primera vuelta al continuismo de AP, por la ambición, exenta de patriotismo y de elemental sentido común, lo menos que se les puede exigir, es un comportamiento ecuánime y sensato entre sí, a sus binomios y demás candidatos a la asamblea, de infausta recordación, y que tan decididamente ha contribuido, con su bajo servilismo, al descalabro del país.
Sé que peco de ingenuo al pensar que en la política –la ciencia de lo inesperado- es mucho pedir; pero, si alguna vez piensan en su atribulado país, los partidos y movimientos de oposición deberían actuar fusionados, sin insultos y pensar que, de existir una segunda vuelta -¡Dios sea loado!- el candidato ganador deberá gobernar con colaboración de todos los elementos valiosos, de otros movimientos y partidos, con excepción, claro está, de las comparsas chimbadoras.
En el nuevo gobierno se deberán dar acuerdos y alianzas al interior de la asamblea, como el mejor aporte para una gobernabilidad compartida y constructiva, opuesta totalmente a la asamblea de esta década perdida para siempre jamás, pese a la colosal bonanza económica de que dispusiera este gobierno como ningún otro, en la historia nacional.