Al contrario de lo que Martín Pallares afirma, la redistribución de la riqueza no está en conflicto con el pensamiento liberal, pues no implica “quitarle” a nadie nada, ni “darle” a nadie nada. Al redistribuir la riqueza, se redistribuye también la seguridad, algo que las clases más altas ansían pero que no pueden comprar. La disminución de la pobreza a través de compensaciones directas como un seguro de desempleo, por ejemplo, contribuye a dar mayor tranquilidad económica a un sector de la población que en otras condiciones intenta encontrarla por otro medio. Los países nórdicos, adalides de la competitividad, han demostrado que la distribución equitativa de recursos en el sistema educativo crea mejores condiciones empresariales. El argumento de Piketty no es simple ni simplemente ideológico; sus cuidadosos cálculos le llevan a la conclusión de que el capital laboral no crece al ritmo del capital financiero. Por eso, concluye, para reducir la brecha social se necesita redistribuir el capital financiero.