Resulta paradójico que cuando se ha aprobado la Ley de Comunicación en Ecuador –no es mi intención defenderla ni atacarla en este momento-, que norma a los medios de comunicación tradicionales (prensa, radio y tv), se haya popularizado en el mundo el uso de las “redes sociales” como medio para dar a conocer los sucesos cotidianos y opiniones de distintos individuos o conglomerados. Se utilizan para ejercer lo que denominábamos periodismo informativo o periodismo de opinión respectivamente. Ventajas sobre los medios tradicionales: la información se difunde muy rápidamente, está a la disposición de un mayor número de lectores y no conoce fronteras. La desventaja principal: se mal usan las redes sociales para destapar cualquier clase intimidad u ofender en la honra a las personas o publicar hechos falsos que no han sido investigados en su integridad.
Hace años ya, en países más avanzados, publicar una noticia que no se acerque a la verdad y que afectara a la comunidad o individuo, podía ser penado con privación de libertad. Esto con la finalidad de inducir a los periodistas a mantener una ética y moral a toda prueba.
Pero ahora que cada uno de los usuarios de redes sociales es un periodista en potencia, qué hacemos?,¿ cómo aseguramos la calidad de la información? Hay dos alternativas, la una es restringir el acceso a ciertos sitios de internet o vigilar el contenido de mensajes de cualquier tipo, cosa que atenta a la privacidad y libertad de las personas, la otra, educar a la población a todo nivel para que prevalezca la ética en el uso de las herramientas que están al alcance de todos.