Guadalupe López Morales
Hace pocos días, asistí a una exposición dedicada al museo Mena Caamaño que se exhibe en el Museo Metropolitano de Quito, al entrar a la sala 5, lo que primero se ve es una pintura de colores grises cuyo tema es la Catedral, atribuida al desaparecido pintor J. Enrique Guerrero. Pero al observarla con detenimiento, se ve que ni la firma ni la pintura corresponden a la obra de este pintor, y se descubre que es una versión al óleo de una plumilla de José María Roura.
Luego, al revisar el libro de J. E. Guerrero, “pintor de Quito”, publicado por el Fonsal, se pueden apreciar nueve pinturas con las mismas características del anterior, todas son réplicas de J. M. Roura, pintadas al óleo. Se podría pensar que este desaparecido pintor hizo él mismo estos cuadros basándose en dichas plumillas, pero ni la firma ni los colores ni la técnica corresponden a su obra, tampoco las fechas corresponden ya que están fechados en 1928 y las plumillas de Roura fueron expuestas por primera vez en 1934.
Difícil entender que la persona que vendió estos cuadros engañe a todo el mundo y que nadie se haya dado cuenta, ni las autoridades del museo ni los editores del libro ni los curadores ni los connotados escritores del libro ni los periodistas culturales ni los gestores culturales y peor los famosos pintores que dicen que viven con un pie en Quito y otro en Europa ni los laureados críticos ni nadie. Por lo que la moraleja del país de los ciegos se convierte en una gran verdad.
Finalmente, este vendedor de obras de arte cuyo nombre debe constar en los anales del museo, se salió con la suya, haciendo un daño terrible al arte ecuatoriano.