Escribo estas líneas como católico y como ciudadano. En estos días se ha discutido el sentido de una palabra: insolente. He leído bastante en los más de 50 años que llevo en el magisterio. Entre los libros que he tenido cerca ha estado siempre el diccionario de la lengua castellana y el diccionario de sinónimos y antónimos.
Insolente llamó un funcionario al Arzobispo de Guayaquil. Esta palabra tiene los siguientes sinónimos: descarado, atrevido, sinvergüenza, malhablado, grosero, descortés, displicente, irrespetuoso, arrogante, fanfarrón, lenguaraz. Si quien escribe esto califica a otra persona debe ser censurado por su mala educación.
Consulté luego los antónimos de la palabra discutida y también encontré estas equivalencias: afable, respetuoso, comedido, amable, cortés, llano, delicado, mesurado, moderado, prudente, templado, civilizado, sensato, considerado, sencillo, humilde.
El lector puede pensar a quien aplica los primeros y a quien aplica los segundos. Personalmente con sinceridad los segundos los adjudico al arzobispo de Guayaquil, monseñor Antonio Arregui.
La Conferencia Episcopal Ecuatoriana, el 28 de agosto, “rechaza públicamente las expresiones ofensivas … las cuales, además de totalmente impropias, no abonan al clima de respeto y serenidad que tanto necesitamos en estos momentos” y hace bien porque son intolerables actuaciones así.
A los pocos días aparece el ciudadano Presidente de la República, orquestando el pronunciamiento del alto funcionario de Estado, mientras tanto en las redes sociales masivamente los ciudadanos respaldan al arzobispo Arregui y a la Iglesia. Al instante sale como “recadero” el Canciller encargado y admite que los pronunciamientos fueron “tan idos de todo límite” que incluso hicieron daño. No me sorprenden estas actitudes contradictorias y calculistas. A la brevedad abren el diálogo con el Arzobispo de Quito y Presidente de la Conferencia Episcopal, con lo cual el problema queda terminado.
Para los católicos ecuatorianos, este es el inicio de una alerta; las repetidas ofensas a la Iglesia llegan a todo el pueblo católico. Reconocemos con claridad y firmeza que lo sucedido ofende nuestra fe y amenaza los derechos la libertad religiosa, la libertad de expresión, incluida la libertad de enseñanza.