Qué reconfortable es, de vez en cuando, enterarse de situaciones que llenan de admiración, de gratitud enriqueciendo el espíritu; saber que una Maestra de Maestras que entregó su vida en bien de la educación ecuatoriana, que formó a niñas y jóvenes con abnegación, con ética, con conocimientos y amor cumplió el 1 de octubre 100 años de una trayectoria limpia, fructífera, con sufrimientos como la mayoría de maestros, pero también de felicidad cuando el reconocimiento de sus pupilos se manifiesta en cualquier momento del trajinar.
Tuve la suerte de haber cursado mi educación primaria bajo la dirección de tan dilecta dama de quien aprendí, pese a mi corta edad, que la organización, la disciplina y el principio de autoridad son la base para el desenvolvimiento futuro. Luego en el inolvidable Manuela Cañizares, cuna de verdaderas maestras, estuvo ella enseñándonos a ser docentes con mística, con responsabilidad y entrega absoluta.
Qué satisfacción saber que sigue aportando con su gran calidad humana siendo un ícono en la educación; tenga por seguro doña Rogelita que su obra tuvo proyección porque supimos transmitir lo que usted nos enseñó.
Lástima que hoy se considere que cualquier persona puede dedicarse a esta sublime profesión con cursos rápidos que les acreditan para dar clases pero no para formar a quienes son el futuro de la patria.