Ecuador es un país bellísimo. Con un pasado rico y profundo como historia novelada, con una geografía que habla a gritos de la bondad de Dios para proveernos y entregarnos los contrastes y paisajes más bellos que sólo su mano pudiera diseñar.
Pues sí, tenemos recursos, culturas y medios para hacer fácilmente de esta tierra una potencia latinoamericana, diseñar atractivos turísticos que promuevan ese sector tan rico. Generar, bien manejados por supuesto, producción, industrias y servicios, que generen consumos e inversiones de altos índices.
Pero hay un problema grave… ¡nosotros! ¿Por qué?, porque no tenemos idea de lo que poseemos y peor de lo que estamos en capacidad de lograr si nuestro reducido índice cultural no se abre al conocimiento nacional de lo propio, al sentimiento profundo y orgulloso de saber lo que fuimos, lo que somos y lo que podemos ser.
Nos faltan los mínimos conocimientos de lo elemental –ya ni en las escuelas se aprenden-, la emoción de conocer los ancestros, la fortaleza del orgullo.
No podemos manejar con valor y éxito el país que se abre a nuestros pies, siempre estará presente nuestra mediocridad personal, nuestra baja estima, y queja por no recibir lo que no merecemos.