En dos ocasiones, ambas a plena luz del día, he sido molestada, ofendida y asediada por el mismo violento individuo de acento colombiano. Ha sucedido en circunstancias en que he estado en mi auto, esperando cambio de semáforo; una vez en la intersección de la 6 de Diciembre y Pedro Ponce Carrasco, y la otra en la 6 de Diciembre y Shyris, en la Plaza Argentina (en donde, desviándome un poco del tema motivo de esta carta, es frecuente observar a los que practican malabares, utilizar los árboles como urinarios…¿Será este el Quito que queremos, Alcalde?). Este individuo es muy agresivo, en el primer encuentro no alcancé a cerrar la ventana y se colgó de ella prácticamente introduciéndose en mi auto mientras sostenía en sus manos un fierro y amenazaba con romperme la cara y el vidrio si no le daba “billete”; en la segunda ocasión que tuve la mala suerte de encontrarlo, golpeó furiosamente el vidrio para que le dé dinero, mientras me insultaba de la peor manera. Estos episodios no han sido en cuestión de segundos, han sido largos y muy atemorizantes por la violencia manifestada, y han sucedido a vista y paciencia de todos los conductores de autos que conmigo esperaban también el cambio de semáforo. Nadie interviene ni siquiera con un pito para que este agresor se sienta observado y se retire, nadie se solidariza! Todos con las manos en el volante y la vista fija en un punto indefinido en el horizonte: “Como no es conmigo… no me importa”. ¿Tal vez eso deba ser lo que más me asuste? Esa pasividad de la gente ante la violencia cuando es con el prójimo. El quemeimportismo demostrado? Será que los quiteños se están acostumbrando a la inseguridad?