Remigio Flores Rodríguez
La caída del “muro de Berlín” es uno de esos grandes sucesos que perdurará en la vida y memoria de nuestro mundo. Alemania, la histórica potencia europea, reconocida por sus invalorables aportes científicos, en esta ocasión, luego de haber sido la protagonista principal de la horrible Segunda Guerra Mundial, se sacudía del dominio soviético que lo secuestro y mantuvo desde la madrugada del 13 de agosto de 1961. El episodio evidenció anticipadamente los sucesos que llevaron a que el exprimer ministro Sir Wiston Chusrchilen en uno de sus discursos aconsejaba “que Gran Bretaña y Estados Unidos debían frenar la expansión soviética”: agregando que “desde Stettin a Trieste ha caído un telón de acero”.
Para ese entonces, cuatro ecuatorianos, miembros de la desaparecida Secretaria General del Consejo de Seguridad Nacional (Cosena), invitados a un curso de Estudios Especiales, viajamos a Múnich. Días después, sábado 27 de enero nos trasladamos a Berlín permaneciendo en la capital alemana hasta la tarde del domingo 28. Este lapso de tiempo nos brindó la oportunidad de conocer al paso: la destruida cúpula de la Catedral de Berlín, la puerta de Brandeburg- coronada por una cuadriga mirando al oriente, los soviéticos habían virado su posición; nos llamó la atención el quemado Reichstag y lo más importante: conocer, palpar el asombro de los mismos alemanes que aun temerosos cruzaban de un lado al otro del muro; nos sumamos a su derrumbe con pequeños picos al mismo tiempo que hacíamos amistad con sus guardianes.