Un mes no es suficiente para corregir comportamientos arraigados en los choferes de autobús. Cabe reflexionar que son seres humanos, que trabajan en un entorno insalubre, tanto en términos físicos como mentales. Cumplen extensas jornadas de trabajo, no tienen un sueldo fijo ni un seguro médico, viven al día.
Para lograr un cambio de comportamiento, es necesario que cada uno reciba tratamiento psicológico permanente, que tenga un contrato con derechos y obligaciones como cualquier otro trabajador.
Lamentablemente la mentalidad de los dueños de las unidades es buscar el beneficio propio, no existe una idea de empresa, no entienden los beneficios de la caja común y tampoco hay transparencia.
En ciudades como Buenos Aires el servicio está bastante bien diseñado. Los buses tienen numeración. Las paradas son distintas para cada línea (se evitan las aglomeraciones de gente), el pago es mediante una tarjeta magnética que puede ser recargada cada vez que sea necesario.
En vez de que el Municipio de Quito, gaste en dar a conocer las obras que realiza, debería iniciar una campaña de concienciación tanto para conductores (de buses, taxis y particulares) como de peatones y ciclistas. Es un problema cultural. Somos maleducados, groseros, egoístas. Vivimos apurados para llegar a quién sabe dónde. Cruzamos donde nos da la gana, queremos que el bus nos deje en la puerta de nuestro destino, y para empeorar la situación, los agentes de tránsito no fueron suficientemente capacitados para manejar las situaciones cotidianas.
Ojalá esta carta sea leída por alguna autoridad, puesto que creo que esto nunca ha sido propuesto por alguien más.