43 mil billones de dólares han calculado ociosos economistas que tenía el tío rico Mc Pato, simplemente dibujando en perspectiva la piscina llena de dinero, donde se zambullía.
Pasadas las décadas, nos preguntamos cómo haría este personaje para adquirir semejante fortuna que, además, nunca la gastaba. Qué pena, la respuesta es solo una: nuestro superhéroe fue, en realidad, un grandísimo avaro; y su riqueza era mal habida, pues por medios lícitos es imposible acumular semejante suma. Me valgo de este tío para hablar de la ambición y de la codicia.La ambición es un atributo positivo de todo ser humano que nos impulsa a obtener, lícitamente, progresiva capacidad profesional, material, académica y social.
La ambición va de la mano con las etapas de la vida. Crecemos, nos preparamos, nos enamoramos, tenemos hijos y luego nietos. Hacemos lo imposible, dentro de un marco moral, por dejar un buen nombre y un intachable prestigio. Pero, si la ambición se vuelve en un repugnante afán de tener cada vez más bienes materiales, estamos en los terrenos de la codicia y avaricia; y no importa los medios para obtenerlos. Por eso, el avaro roba, engaña, esconde, niega, disimula, participa en coimas. Nuestros modernos Mc Patos no se zambullen en sus riquezas, porque sus charcos se llenan con atracos, usurpaciones, despojos. El avaro es mentiroso, engañador, charlatán, ególatra.
Hemos apreciado en los últimos días cómo personas que gozaban de prestigio, han despreciado este haber positivo, tentados por la codicia. Y, difícil es creer que la seducción no se extienda a otras áreas. A este respecto, es conocida la anécdota del Presidente Abraham Lincoln, cuando acusó de robar a uno de sus ministros. “Pruébeme”, le reclamó. “Te estoy acusando de ladrón, no de estúpido”, fue la sentencia del mandatario.
El deseo de poseer cada vez más bienes materiales es la más vil de las actitudes del ser humano. Su codicia o avaricia les vuelve auténticos delincuentes, dispuesto a cometer cualquier atrocidad solo con el afán de sentirse dueños del mayor patrimonio material posible. Al carajo el buen nombre, el prestigio, la honradez. Al diablo, y esto es lo más grave, la familia, los hijos. Al cuerno lo que digan los amigos de ellos, y sus relaciones en general. Al tacho un futuro digno. “Ya se olvidarán”, se justifican. Pero la historia no olvida.