A lo largo de la historia pocos figuran como líderes que han sobrepasado las barreras del ego, la soberbia, el materialismo, la sed de poder y fama. ¿Cuántas guerras y dolor se habrían evitado? ¿Cuánta destrucción, intolerancia y odio? ¿Cuánta armonía y paz no habrían sido enterradas bajo la majestad de los poderosos? ¿Cuánto talento no habría sucumbido ante absurdas pugnas de poder?
¿Es tan difícil entender que un líder no es quien manda y es obedecido ciega, muda y tontamente por subalternos temerosos de alzar la mirada y hacer escuchar su voz? Ya lo dijo Gandhi: “Perder la propia individualidad y convertirse en un mero engranaje de una máquina está por debajo de la dignidad humana”. El verdadero líder respeta y acepta que otros piensen distinto a él, entiende que en este mundo diverso , cada individuo puede aportar con sus ideas y talentos, aunque no coincidan con las suyas; es alguien capaz de sumar fortalezas, convirtiendo sus propias debilidades en oportunidades y ejemplo de humildad ante sus limitaciones; es quien acepta sus errores como aprendizajes y como pasos para mejorar ; es quien multiplica esfuerzos y abandona la consigna “Divide y vencerás”. El líder acepta sus derrotas como señales de que el camino seguido hasta entonces está deteriorado y exige la construcción de nuevas rutas y puentes que conduzcan hacia tierras donde reine la concertación, el diálogo, la inteligencia emocional con sus facetas. El líder escucha a su conciencia y a los valores universales proclamados por aquellos seres humanos que dejaron una huella en el corazón de millones.