Los últimos años Guayaquil nos ha dejado ver el talento y creatividad de sus hijos, cada año vemos a monigotes con rostros de celebridades, políticos, gobernantes, dibujos animados y temas de coyuntura.
La creatividad no tiene límite, los monigotes son cada vez más gigantes, no siempre son representados los más queridos, pero si los más populares. Pero lo más importantes es la mano de obra, detrás de este arte de papel.
Después de un largo proceso tanto en la confección como en el tiempo de la elaboración que pueden llegar a tomarse meses, la inversión económica logra graficar la esencia de un personaje en un monigote. Lo elaborado es expuesto al público, que visita como en una romería y se toman la foto pagando USD 1.
Uno de los creadores de los monigotes, quien dice que están ya legalizados y que hay una ordenanza Municipal para ocupar espacios y veredas, manifiesta que detrás de los viejos o monigotes hay muchas familias de escasos recursos económicos que sobreviven en fechas como estas, al paso del nuevo año.
¿ Cómo es posible que los monigotes que vendidos para la quema de media noche, tengan cantidades exageradas de pirotecnia?
Ver a la Perla del Pacífico nublada por el humo toxico y ruido como en un combate, oscurece el esplendor de la creatividad del guayaquileño madero de guerrero.
La legislación Municipal debería ampliar su ordenanza a controlar este sin fin de ruidos tóxicos que empañan a la ciudad más creativa y talentosa, que da vida al papel, pero que pone en riesgo a la ciudad por actos irresponsables de los pirómanos que creen que cambiar la tradición y dar la patadita de despedida al viejo con pólvora es más importante. Da gusto visitar Guayaquil, disfrutar del clima y paisaje; pero no es agradable depedir al año que se va y saludar al que viene en un ambiente tóxico, y de gran peligro para quienes queman lo malo y dan la bienvenida a la esperanza de un mañana mejor.