He visto vehículos oficiales llevar a los niños de algún funcionario al colegio y he informado de su mal uso; los he visto acompañar a la esposa al mercado y he informado de su mal uso; los he visto de paseo familiar los fines de semana y he informado de su mal uso.
Lo mejor es cuando los usan para el propósito asignado. Entonces transitan por la ciudad como si estuvieran en el autódromo de Monza, invadiendo carriles exclusivos sin respetar los semáforos y custodiados de algún patrullero que impone el “quítate de ahí” y no he podido informar de su mal uso porque no tienen placas que los identifiquen.
¿Qué mensaje nos transmiten? Simplemente que los elegidos no deben comportarse como el resto de la sociedad. Están muy por encima de los otros ciudadanos. Que el respeto a la Ley de Tránsito -so pena de ir a prisión- es para los demás. Que el mandato popular los cubre de privilegios, además de una singular patente de corso, donde el buen comportamiento, la educación cívica y el respetuoso ejercicio de la función pública son valores desconocidos.
Se debe predicar con el ejemplo, como lo hace el Presidente uruguayo Mujica que no por ello ha perdido un ápice de la majestad de su poder, al contrario, se ha cubierto de prestigio. También lo implantó en su Administración el presidente francés Hollande y ha sido aplaudido hasta por sus adversarios políticos.
Propongo reemplazar la célebre sugerencia por la siguiente: “Vehículo Oficial para uso a discreción del funcionario asignado. No se moleste en informar su mal uso que, tanto, a nadie le importa”.