El Presidente ha incrementado sustancialmente su prepotencia, las descalificaciones y la serie de agravios que cotidianamente suele proferir a diestra y siniestra en sus alocuciones a sus opositores y a quienes no comulgan o no piensan como él. Si se analizan las expresiones y vocablos que utiliza el Primer Mandatario cuando estigmatiza a cualquier mortal que tiene la “osadía” de ponérsele al frente, revelan incluso, el significativo maltrato que profiere a nuestro idioma. Así mismo, se puede advertir claramente, que las adjetivaciones que utiliza el
Jefe de Estado en contra de quienes no concuerdan con sus puntos de vista, tienen como objetivo primordial el menospreciarlos y el causarles daño. Definitivamente, su violencia verbal es un maltrato a la persona, y se ha constituido en un estilo peculiar de comunicación en el que predomina la hostilidad, convirtiéndose aquello, en una escalada permanente que en algún momento podría desembocar incluso y lamen- tablemente –quizás ello no ocurra-, en violencia física. La violencia verbal se nutre de
estereotipos que progresivamente van socavando las cualidades más refinadas del ser humano, conduciéndolo al ciudadano y al país en su conjunto lenta e inexorablemente hacia el despeñadero.