Resulta ocioso definir si la situación económica por la que atraviesa el país es una recesión o una desaceleración de su economía. Sería tan inoficioso como discutir sobre el sexo de los ángeles. O quizá en la actualidad habría que referirse al género de aquellos seres celestiales.
La realidad –triste y de comprobación diaria– es que el Gobierno no renueva contratos de personal, se endeuda y raspa la olla para pagar sus obligaciones y le quedan deudas por cumplir. Las empresas reducen la nómina, bajan sus ventas, caen sus utilidades, los centros comerciales- que se multiplicaron como hongos en la bonanza- han quedado lejos de sus expectativas en la temporada de fin de año, y nada hace pensar que la situación mejorará en el 2016.
Al contrario, organismos especializados como el Fondo Monetario Internacional prevén una caída del 2% del PIB.
Y aunque al Régimen le ha caído como anillo al dedo la baja del precio del petróleo, para tener a quien echarle la culpa, lo cierto es que el esquema de desmesurado gasto público como el único motor de la economía era insostenible aun con crudo de USD 80 o 90. La prueba está en que el endeudamiento “agresivo” empezó en 2013, cuando los precios del petróleo superaban los USD 90.
Y lo más triste aún, es que en año electoral y con la necesidad angustiosa de cuidar las espaldas tras 10 años de haber copado todos los poderes y eliminado todo rastro de fiscalización, el Gobierno agotará todos los recursos –ortodoxos y heterodoxos– para mantener el abultado gasto público pateando hacia adelante la toma de medidas que exige la grave enfermedad de la economía. Ya vendrá algún ingenuo o muy comprometido en proteger las espaldas, a quien le tocará afrontar lo ineludible.