La vida política se parece a peleas callejeras entre pandillas de periferia: gritos, insultos, burlas y desafíos.
El propósito primordial del quehacer político debe ser el propender al adelanto material, cultural y social de una nación, por lo que no se explica tanta rabia, encono y agresividad. No se explica que tengamos que asistir a broncas bochornosas entre gobernantes y opositores, a pugnas para ver quién es más fuerte.
Tenemos un mundillo político inmaduro, arrogante, prepotente y hasta ignorante. El disparatado Acuerdo de la Asamblea sobre la muerte del Che Guevara nos causa risa por lo ridículo, pero en el fondo nos da la pauta del grado cultural y preparación académica de quienes están llamados a elaborar nuestras leyes. Por eso es que una vez emanadas hay que corregirlas una y otra vez.
Un Presidente que desafía a pelearse (a patadas y puñetes) a un asambleísta de oposición y a un Alcalde no es admisible ni justificable. ¿Dónde queda la tan cacareada “Majestad del Poder”?
La triste realidad es que nuestros gobernantes no maduran por más que se les recrimine. Se creen infalibles tanto en sus propuestas como en sus actuaciones. Por eso les molesta tanto que se les critique -signo inequivocable de inmadurez-.
Y así seguirán hasta que los cambiemos (sí señor, aunque ellos no lo conciban, algún día se les acabará la farra) en la esperanza -siempre la última a morir- de que en el cambio se consiga algo mejor.