Con mucha tristeza venimos viendo y sintiendo cómo aquellos eventos emblemáticos que constituían la programación en homenaje a la capital de los ecuatorianos, van quedando en su mínima expresión como es el caso de la elección de la Reina de la ciudad.
En esta ocasión dio incluso la sensación de que se tramitaba un acto administrativo y con un apresuramiento inusitado de llegar al final como sea. Además, se presenció un acto sin color, deslucido, vacío, carente de identidad (ya por muchos años), que desmerece a los propios organizadores.
Y lo más preocupante (desde hace algún rato), se nota una actitud de vergüenza por identificar con expresiones quiteñas o ecuatorianas a este singular acto de conexión ciudadana.
Preocupa enormemente la dura realidad de que sea el propio ente anfitrión quien nos niegue la necesidad de reafirmar por lo menos una vez al año las esencias de nuestras expresiones culturales que nos asisten por historia y por derecho.