Cuando un hombre enciende un cigarrillo y toma un trago, no sabe que abre puertas.
Empezará mintiendo, quizás más tarde robe algo, piensa en adulterar. Se abren más puertas. Se despierta la codicia. Piensa cosas perversas. Sus puertas le conducen a las tinieblas. El mal es como los eslabones de una cadena, se van uniendo unos con otros hasta llegar a perfilar el horripilante rostro de la maldad.
Cuando un hombre ora, ayuda a su hermano necesitado, trabaja honradamente, dice la verdad, también está abriendo puertas. Nace la esperanza. Se despierta la santidad. Busca lo bueno. Sus puertas le conducen a la luz.
En síntesis: el bien es como los eslabones de una cadena, se van uniendo unos con otros hasta llegar a configurar el precioso rostro de Jesucristo.