Con profunda tristeza vi impotente cómo la escuela y colegio de mi hijo era cerrada, y lógicamente destruidas las ilusiones de mi niño, ya que la escuela es un segundo hogar donde forman amistades que a veces duran toda una vida. Además del perjuicio económico que significa buscar otra escuela, está el perjuicio emocional que no lo compensa ni todo el petróleo del Yasuní, pues mi hijo ya se adaptó a su escuela pequeña pero bien organizada, aseada, con reglas de convivencia y respeto claras, por nombrar solo unas pocas cualidades. La Constitución habla, en la sección quinta, artículo 29 de la educación y en el último párrafo dice: “Las madres y padres o sus representantes tendrán la libertad de escoger para sus hijas e hijos una educación acorde con sus principios, creencias y opciones pedagógicas”. La realidad es otra, se están cerrando de a poco pero a pasos agigantados todas las escuelas pequeñas, cuya opción pedagógica es muy buena e incluso recomendada por neurólogos y psicólogos, en tiempos de déficit de atención y ritalina. Edmundo de Amicis en su libro ‘Corazón’ describe con claridad el significado de lo que es la escuela: “Al verme de nuevo en la amplia galería de la planta baja, en la que se abrían las puertas de las siete aulas, y por la que pasé todos los días, durante tres años, sentí el placer de quien vuelve a sitios queridos”.