Está ampliamente comprobado, que los fanáticos, los dogmáticos, hacen un uso escaso de aquella facultad que los religiosos consideran el don que Dios concedió a los humanos sobre los animales: el entendimiento natural.
Se podría entender que, por consecuencia lógica, quienes se encuentran habilitados para hacer uso de este “maravilloso don” son las personas que han recibido una adecuada educación en sus hogares, en sus escuelas y colegios, ambos entrenamientos obligados para poner en práctica dicha cualidad, propia, una vez más, del ser humano.
Causa escalofríos escuchar, leer, que personajes con puestos públicos de relevancia, con capacidades sancionadoras, pongan de manifiesto sus limitaciones en esta capacidad.
El caso del barco pesquero que chocó contra el puente a la Isla Santay, generó la reacción de una autoridad que tiene a su cargo el “velar” porque la comunicación sea transparente y que cumpla con la obligación de informar de manera adecuada a la población. Esta reacción fue la de llamar la atención a un diario de alcance nacional, por no informar del hecho antes mencionado, en la forma en que esa autoridad concibe que la información debía haberse publicado. Hace un razonamiento que pretende juzgar y adivinar las capacidades de razonamiento de la población.
En primer lugar, nadie debe atribuirse la capacidad de imponer un razonamiento propio como objetivamente adecuado, peor todavía, asumir la vocería de la sociedad con una interpretación individual. Los seres humanos somos tan diversos y, afortunadamente tan únicos, que no requerimos de tutores para nuestras interpretaciones. Quien así piense, está soñando un esquema ideal torcido, de pensamientos únicos, uniformes.
El pensar que se es rector de interpretaciones de cada individuo, que se tiene la facultad de imponer sus formas de razonamiento, demuestra a las claras que su tipo de razonamiento no es el apropiado para ocupar una posición que lo ubica como un juez de una actividad que involucra reacciones individuales y, peor como gobernante.