He leído en estos días en su diario, tanto el artículo del Dr. Enrique Echeverría del 26 de diciembre como la carta del Sr. Patricio Guijarro Polo del 3 de enero criticando a la “tramitología” que domina nuestras Instituciones públicas.
Ya lo dijo el Dr. Fabián Corral B. con su reconocida lucidez y precisión: “El papeleo es tema central en las sociedades subdesarrolladas, en las que más importante que crear es “tramitar”; más trascendente que hacer obras es pedir permiso para hacerlas”. “El papeleo revela con claridad esa vocación nacional por el permiso, que es parte de la mentalidad de dominados que marca la tragedia de este pueblo”.
La excesiva burocracia es un lastre pesadísimo para el desarrollo y progreso de este país. Ningún trámite, por sencillo que sea es despachado en corto tiempo. Muchos de estos trámites no tienen ni pies ni cabeza. El sentido común no les funciona a estos funcionarios ya que complican hasta los asuntos más sencillos y por el contrario, son incapaces de tomar la más mínima iniciativa propia. El afán controlador obliga al ciudadano, que sí hace un trabajo productivo, a pedir autorizaciones y permisos hasta para bostezar.
Los burócratas son los “mantenidos” de la sociedad. Se la pasan redactando memorandos, sumillando carpetas, poniendo vistos buenos, realizando inspecciones innecesarias, emiten informes intrascendentes que, tantas veces, deben ser repetidos porque el superior no los acepta.
En definitiva hacen una montaña de papeleo improductivo, perversamente concebido para evadir futuras responsabilidades, y que son el caldo de cultivo idóneo para alentar la coima al funcionario o recurrir al tramitador que agilita milagrosamente el feliz desenlace del trámite.
Luego viene la hipocresía general cuando proclaman a voz en cuello una “virginidad” que no poseen y piden pruebas de sus fechorías, cuando todos sabemos muy bien que no se da recibo por la coima ni la comisión y por lo mismo, no se puede demostrar nada.