He leído el artículo “El señor y el Monseñor” de Ivonne Guzmán y también el artículo de Mons. Mario Ruiz titulado “Actualidad de gais y lesbianas” y me duele que se ataque a una persona que ha vivido sirviendo a sus hermanos.
La columnista en cuestión, menciona que el obispo “no tiene perdón ni de Dios ni de la Iglesia cuando eso que se le pasa por la cabeza, y dice, niega condiciones humanas a un grupo de personas por su orientación sexual”. Por suerte para Mons. Ruiz, Dios perdona siempre (Mt. 12, 31) y la Iglesia no puede condenar a alguien por defender lo que Ella enseña.
La articulista, además, insulta el trabajo y la experiencia que tiene el prelado al servicio de la comunidad, al escribir que Monseñor dijo “lo primero que se le pasó por la cabeza”. La vida nos vuelve sabios si uno quiere aprender, me parece que ese es el caso del señor y del Monseñor Ruiz, como lo llama Guzmán. Por esa misma sapiencia considero que ni él ni la Iglesia necesitan un relacionista público para que le dé permiso de escribir lo que, de por sí, la santa madre Iglesia Católica siempre ha enseñado y defendido.
En el artículo de Mons. Ruiz se dice que “negarse a equiparar una unión homosexual y un matrimonio no es discriminación injusta, como no es injusticia negar a un ciego licencia de conducir”. Sin embargo, para la articulista, esas palabras constituyen una negación “de condiciones humanas” a quienes tienen tal orientación sexual. La Iglesia nunca los ha tratado como seres de segunda, pero tampoco puede ver como “normal” algo que no lo es. Si todos los comportamientos sexuales fueran “normales”, deberíamos respetar las acciones de los pedófilos, algunos se han introducido, como lobos rapaces, dentro de la Iglesia.
La articulista Guzmán también afirma que la Iglesia a lo mejor prefiere “seguir perdiendo fieles al por mayor” por no cambiar sus políticas. Sin embargo, la Iglesia no puede dejarse manejar por las modas de turno, si hiciera eso no sería ni Madre ni Maestra. Cristo nos trajo a la Iglesia y si Él quiere, nos sacará de la Iglesia, pero que sea Él, no los caprichos ni los falsos profetas, como ya lo dijo San Pablo “Vendrán tiempos en que la gente no soportará la recta doctrina, más bien, y siguiendo sus propios caprichos, se buscarán un montón de maestros que sólo les enseñen lo que ellos quieran oír” (2 Tim. 4,3).