Indiscutiblemente la decisión del gobierno nacional de explotar el Yasuní ITT y dar por terminado la propuesta alternativa de conservación ha generado más que un debate de ideas, argumentos y alternativas un escenario de amenazas, evasión de responsabilidades y bombardeo publicitario entre el oficialismo y la oposición. Es una verdad indiscutible que la propuesta innovadora fue planteada en un contexto de crisis económica, es igualmente legítimo que los países desarrollados tienen responsabilidad ambiental por ser los más contaminantes, pero igualmente es una verdad inobjetable que el gobierno estuvo lleno de dudas, indecisiones, debilidad y que conspiró contra sí mismo. Ante esta realidad se plantean dos dilemas falsos y mentirosos, por un lado que el extractivismo es el camino del subdesarrollo y la destrucción, por ende el Yasuní no debe ser explotado; lo cual es totalmente falso ya que la utilización de la riqueza natural es una fuente de riqueza que utilizada de manera inteligente coadyuva a derrotar la miseria y establecer la justicia. Por otro lado se plantea que la explotación del Yasuní es un paso necesario para alcanzar el desarrollo, lo cual es igualmente falso ya que se cae en el bobo extractivismo y la abundancia de recursos para combatir un problema que no es de gasto sino de inclusión productividad. Por lo tanto, la decisión del Yasuní se debe resolver mediante una consulta popular para que sea cual sea la decisión, esta tenga legitimidad soberana del pueblo que es el verdadero dueño del petróleo y la diversidad. En segundo lugar se puede explotar todo el territorio ecuatoriano y obtenerse ingentes recursos económicos pero si estos no son canalizados en un fondo de inversiones para verdaderamente cambiar la matriz productiva.