Hace más de dos mil años, en un humilde establo nació un niño cuya huella la podemos sentir aun en estos días. Durante su corta vida, apenas 33 años, predicó y practicó la doctrina del amor al prójimo, la solidaridad y el perdón a los enemigos. Vino a servir y no a ser servido. Curó a enfermos de cuerpo y alma, consoló al afligido. Ciertamente que comía con pecadores, los cuales terminaban arrepentidos de sus malas acciones y se convertían.
Al recordar en estos días el nacimiento de Jesús, bien vale la pena mirar a nuestro alrededor e identificar a nuestro prójimo, especialmente a aquel que no tiene nada material que ofrecernos; al migrante, lejos de su familia; al enfermo terminal y sin posibilidad de acceder a la asistencia social; al que no tiene trabajo y no puede pedir caridad; al que le falta un techo digno; al encarcelado por cualquier situación; al huérfano; al que vive en estado de tensión por los conflictos bélicos; al que recuerda horrorizado las secuelas de un terremoto; al anciano olvidado en un asilo; al que no tiene paz espiritual.
Practiquemos en estos días la tolerancia, el perdón de las ofensas, la solidaridad, la caridad cristiana. Lejos de nosotros el egoísmo, el consumismo, la avaricia, la injusticia, la venganza, la acción injusta o la omisión cómplice. Navidad, tiempo de paz, tiempo de amor.