Al cabo de 9 años, es evidente que AP no son las siglas de Alianza País, sino de Arrogancia Perenne, porque si algo caracteriza a los funcionarios del Gobierno es la actitud constante de desprecio y subestimación a todo lo que no sea el círculo del poder.
Para el caudillo, todo es mediocre. Desde la oposición política (¿existe?), las universidades, los empresarios, los medios de comunicación, los clérigos, los artistas, los militares, en fin, toda la sociedad. Sus secretarios (porque ministros no existen) se han contagiado de los efluvios supremos y su lenguaje es todavía más agresivo que el de su jefe. Desde los “tres chiflados” del arquitecto, que ha rodado por la Asamblea Constituyente, el congresillo, la “fábrica de leyes de la Presidencia”, el Seguro Social y La Recoleta, siempre incondicional al “proyecto”, pasando por la genialidad del manejo perfecto de la economía (por eso se ha pasado del ‘jaguar americano’ al gato escaldado) hasta la señora de la Legislatura que manda a comer excremento a quienes ella considera afortunados (más allá de que habría entrado en esa categoría).
No discuto con subalternos, no me declaran utilidades mientras no se haya pagado por 8 horas a todos los trabajadores, independientemente del tiempo efectivo de trabajo, he ordenado que se debiten 41 millones de la cuenta del Issfa. Son algunas expresiones que recogen esa actitud arrogante que deviene en arbitrariedad. Pero persistir en esa conducta solamente agravará la crisis por la que atraviesa la nación. Si no se empieza por reconocer su existencia, se abandonan poses de suficiencia, se llama a la colaboración (y al sacrificio) de la ciudadanía, las bravatas y las poses solo hundirán más a la maltrecha economía, arrasarán el mejoramiento de los sectores medios e inferior y podrá colocar al país en el despeñadero de la desesperación.
Escenario dantesco, sí, pero superable si se procede con un mínimo de racionalidad y humildad.