Aprovecho el título de la novela. Pero, a diferencia de lo que propone Vargas Llosa, no hablo sobre precariedad y terror en la educación de los latinoamericanos; sino de otro tipo de violencia, la que se evidencia en los perros de la ciudad.
La cultura es el lente por el cual interpretamos la realidad. Así, mientras legiones de animales de compañía sufren y son mutilados en las ciudades de Ecuador, nosotros, por nuestra cultura, asumimos que está bien. Cuando nos visitan desde otras naciones más respetuosas de la vida animal, ven con vergüenza nuestras autopistas de perros mutilados, veredas y parques llenos de excrementos, depósitos de basura desparramados y animales enfermos y abusados en las calles.
Una forma contundente de establecer el nivel de desarrollo social de una nación es su relación con los animales de compañía. Los responsables de la política pública tienen la obligación moral de enfrentar la apatía social y ceguera cultural del maltrato animal. Nuestros alcaldes deben reconocer que el sufrimiento animal es un problema real y que exige la construcción de agendas y soluciones urgentes.
De lo contrario, como en el colegio imaginado por Vargas Llosa, los ecuatorianos continuaremos deshonrándonos en la violencia retratada a diario sobre los más débiles, nuestros animales de compañía.