El auténtico político debería ser un ciudadano altamente calificado y honesto, para que no caiga en la mediocridad y por ende en la tentación de corrupción, conforme hoy viene ocurriendo. Consideraría que hay dos formas de hacer política, la una, es vivir para la política, y la otra, es vivir de la política; estas formas totalmente contrapuestas de hacer una misma cosa, han tenido en nuestro país consecuencias disímiles; mientras los primeros son políticos o servidores que con mística, honorabilidad y capacidad se entregan de lleno a la noble causa y tarea de buscar únicamente el bien común.
Los segundos, en cambio, no atienden con honestidad ni pulcritud las reales y verdaderas necesidades de la comunidad. En este sentido, se han vuelto políticos de la noche a la mañana muchos ciudadanos que aspiran a un puesto burocrático en alguna de las tantas instituciones o dependencias oficiales; pero cuyo único “mérito” que se los está exigiendo, es que sean o se vuelvan totalmente obsecuentes al régimen correísta, y, más nada.