Debido al inapropiado manejo del agua, como ha venido ocurriendo en el país, es que no solo se la está mal utilizando sino que se está reduciendo de a poco pero de manera sustancial: en el páramo, en las vertientes, en los esteros, que están entre las principales fuentes de abastecimiento. Está bien que se trate de tener una Ley de Aguas que tienda a normar y regular su buen uso, manejo y distribución; sin embargo, sería de confiar y aspirar que dicha ley sea coherente, justa y equitativa para todos, y que, a más de ello, sea suministrada con racionalidad, y con ética más que todo, a efectos de que su utilización sea la más apropiada, lo que permitirá que absolutamente todos los ecuatorianos sin distingo alguno, sean quienes se beneficien y aprovechen, y no únicamente ciertos sectores.
De esa manera, lo que se conseguiría es darle un mejor trato y uso a este importante recurso que cada vez se está volviendo más preciado. Por ello, es de anhelar y confiar, que la Ley de Aguas procure ante todo unir antes que desunir a los ecuatorianos, máxime en momentos tan difíciles y un poco de convulsión que vive el país.