La violencia verbal que practica el Presidente contra todo aquel que “osa atravesarse” en su camino, es un flagelo nada idóneo para intentar resolver los múltiples y acuciantes problemas que tiene el país; aquel comportamiento, lo único que ha hecho, es generar nuevos y más enconados conflictos y resentimientos.
A pesar de que pareciera legítimo que alguien pudiera defenderse de la agresión recibida, el Presidente debiera estar siempre presto y obligado a hacer todo lo humanamente posible para garantizar la paz del país. Si el Mandatario quisiera defender en todo momento, lugar y circunstancia: el bien, la verdad y la justicia, no hay duda que conseguiría hacerlo.
La violencia verbal, como usualmente actúa, hiere en lo más profundo la dignidad de quien es atacado; lo que finalmente viene a constituirse en terrible ofensa, a todos los ecuatorianos.