Opinión (O)
Una de las palabras que marcaron el prematuro final del gobierno de Lucio Gutiérrez fue acuñada la mañana del sábado 12 de febrero del 2005, en un acto de masas en Puyo (Pastaza), por el Día del Oriente Ecuatoriano. El coronel presidente acusaba entonces un acelerado desgaste político por haber abierto, dos meses antes, el camino para que el Congreso Nacional tumbara la Corte Suprema de Justicia y reestructurara los tribunales Constitucional y Supremo Electoral.
Tal decisión, por ir en contra del Estado de Derecho, le valió a Gutiérrez el calificativo de dictador. Y él, para sortear semejante ataque, se autocalificó de ‘dictócrata’. “Dictador para las oligarquías y demócrata para el pueblo”, dijo el entonces Presidente en Puyo.
La que en su criterio pareció una hábil e irónica respuesta a sus detractores terminó siendo una palabra que marcó su caída, como lo fue aquella frase de los “cuatro forajidos”.
Académicos y políticos como César Montúfar siempre sostuvieron que detrás del populismo que expresaba Gutiérrez se escondía un proyecto autoritario, propio de una persona forjada bajo la disciplina militar, que ya dio un golpe de Estado el 21 de enero del 2000 y que con la caída de la Corte, en diciembre del 2004, se perfilaba con claridad el poco valor que él daba a la democracia. Por lo tanto, la palabra ‘dictócrata’ no era una simple invención gramatical producto del estrés político de un Presidente al borde del abismo.
Diez años después, desde lo más alto del poder político, en el Ecuador se vuelve a usar la palabra dictadura con fines propagandísticos.
El video que circula en redes sociales y cuentas gubernamentales, llamado “La Dictadura del Amor”, es la versión 2.0 de cómo pensaba Gutiérrez hace una década. En él se mezclan imágenes algo bucólicas y patrioteras acompañadas de una canción maluca donde se cuelan conceptos que como sociedad democrática debiéramos cuestionar.
¿Qué es una dictadura? ¿Acaso los dictadores que no son tiranos son buenos dictadores? ¿Este país se gobierna según los dictados del corazón de su mandatario?
Si se supone que por siglos se ha reflexionado sobre la necesidad de crear un Estado con instituciones y leyes para que estos se administren por fuera de los mandatos emocionales de cualquier persona que tenga el poder, ¿por qué hemos de ver este tipo de ‘cuñas’ que incitan a la adoración de los políticos, como sucede en países como Corea del Norte? ¿Y a eso hay que darle un aplauso?
Hace algunos meses, cuando el secretario nacional de la Administración Pública, Vinicio Alvarado, en una entrevista en televisión dijo que las dictaduras de Franco y Mussolini tuvieron cosas positivas, como impulsar una vasta obra pública como la construcción de carreteras, se pensó que sus palabras pudieron haber ido más allá de los conceptos. Por lo tanto, a él, que es la cabeza de la propaganda gubernamental, había que darle un voto de confianza.
Pero esta cuña, ampliamente difundida por personajes del oficialismo, no solo demuestra que la mirada que hay en el Régimen sobre el concepto de la democracia es tan relativa y está tan devaluada que bien podríamos compararla con el término ‘sui generis’ del dictócrata. Y que conste, hace 10 años el país sí se escandalizó con semejante palabra…