La Silla Vacía

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En defensa del diminutivo

El diminutivo –quien lo creyera- hizo noticia en el país. Un académico puso en días pasados el ‘grito en el cielo’, en contra del diminutivo. Y al quedar el ‘pobre’ –no el escritor sino el diminutivo- sin defensa, no tuve otra opción que salir al estrado y decir: ¡Viva el diminutivo! ¡Viva el habla del pueblo! ¡Mamiticos!

En las escuelas de los hermanitos cristianos –y más tarde en los colegios jesuitas- nos decían que hay que hablar y escribir correctamente, no solo porque Carreño lo sugería, sino porque la Lógica aristotélica así lo recomendaba. Eran los tiempos de los textos del Hermanito Miguel, de Bruño y Baldor, en la época del velasquismo, del loco Larrea y del omoto Albán, quienes hacían las delicias del público –léase la chusma- con sus discursos, el primero; con las carreras, el segundo, y con las estampas, el tercero. Y donde los diminutivos ‘calzaban’ muy bien.

Lo anterior viene a cuento porque hay gente en pleno siglo XXI –bien dotada e intencionada- que quiere eliminar los diminutivos de la lengua, porque son productos de la cultura popular, y porque cae mal en los círculos estéticos de ciertas élites, en los cuales se debe hablar y escribir, exclusivamente, como los hijos de Cervantes, regulados por la RAE –Real Academia Española de la Lengua-. ¡Y punto!

Al diablo con los hermosos diminutivos y gerundios que campean en todo el Ecuador, y especialmente en ciertas regiones de la Sierra, donde han logrado partida de nacimiento, y a quienes se los ha declarado una ‘guerra sin cuartel’.

• ¿Qué son los diminutivos?

La gramática antigua decía que los sufijos sirven para ‘formar palabras que denotan un menor tamaño de aquello que designa la raíz a la que se unen o bien para expresar diversos tipos de afectividad’: ‘-ico’, ‘-ito’, ‘-illo’ o ‘-uelo’ son algunos sufijos diminutivos’. Por ejemplo: ‘chiquitín’, ‘barquito’ o ‘ladronzuelo’ son diminutivos.

Hasta aquí todo bien. El problema estriba que en esta llacta, con el paso del tiempo, los diminutivos y los gerundios pasaron ser el alma del lenguaje de los ecuatorianos. Y pese a quien le pese –aunque los guerreros del idioma se opongan- son parte de nuestra identidad lingüística. Los nombres de las cosas y las personas, en este lado del charco, se agrandan gracias a los sufijos (aumentativos) y se disminuyen (diminutivos): ito/ita, in/ina, ico/ica, uco/uca, illo/illa… Y su uso depende de las personas que hablan, así como de las costumbres adquiridas en cada localidad o región. Los diminutivos más universales o más frecuentes son los acabados en ‘ito/ita’. Y el caso de los gerundios también es patético. ‘Da cogiendo’, ‘da dando’, ‘dame una muchita’…

• ‘El país de los diminutivos’

Bernard Fougéres, en un sabroso artículo publicado en 2013, se pregunta: ‘¿Habrá en el léxico ecuatoriano alguna palabra que no admita diminutivo?’ Y responde: ‘Tratándose de cariño cuando más disminuye la palabra, más grande es el afecto. Nacen amorcito, besitos, regalitos, cariñitos, asomando el peligro si se menciona la puntita. El vocablo hombrecito puede ser requiebro para niño crecido, insulto para político adverso. En cuanto a las escaramuzas siempre se podrá decir que las bolitas de goma deben lastimar con cariño’.

‘A la hora del cachondeo –sigue Fougéres-, la anatomía toda del ser amado se convierte en inventario de diminutivos aun cuando al progresar la conquista florecen aumentativos, los que pueden o no enorgullecer al macho de turno, a la hembra convertida en potranca cuando no en cuerazo, palabras de poca elegancia. La boquita es para el besito, quedando la debida censura para no empantanarnos en la escabrosa topografía corporal’.

• ‘La tragedia cultural del diminutivo’

Pero Felipe Burbano de Lara –académico de Flacso- tiene otro talante. Para Burbano de Lara el diminutivo es una ‘tragedia cultural’. Por consiguiente, ‘si a algo debemos declararle una guerra sin cuartel, en los colegios, en las escuelas, en las iglesias, en las calles, en las radios, es a la devaluación de las personas derivada del implacable e insidioso diminutivo’.

Y añade: ‘Utilizado (el diminutivo) para nominar a las personas, se convierte en una herramienta social y cultural que las constituye disminuidas, como inválidas, incapaces de una acción propia y plenamente responsable; como una invocación a personas infantilizadas… De allí toda la cadena del diminutivo: de los padres a los hijos, entre los padres, entre los hijos, entre las clases sociales, en toda relación social. Personas siempre interpeladas desde una voz que los transforma en algo menos. Se trata de un enraizado modo social, cultural y política de configuración de las identidades, expresado en las formas lingüísticas y discursivas del trato cotidiano. Me gustaría llamar a ese modo disminuido de constitución de los sujetos una tragedia social y cultural que aleja sistemáticamente a la sociedad de una convivencia entre personas adultas, iguales, maduras, autónomas, capaces de afirmarse a sí mismas, democrática. De ese uso social del diminutivo se desprenden, ya en el campo de la política, formas aberrantes de acatamiento y tolerancia a las prácticas autoritarias del poder. Si somos unos disminuidos…’

• Historia e idiosincrasia

Como ven, para unos el diminutivo es el ‘alma de los ecuatorianos’, en tanto que para otros, es ‘una tragedia cultural’. Pero hay otras miradas.

La agencia Notimex, en un artículo sobre los localismos, expresa: ‘Cuando los extranjeros que hablan español llegan a Ecuador, una de las primeras sorpresas con las que se topan es el abundante uso de los diminutivos y del gerundio por parte de sus habitantes. Con sorna, algunos extranjeros suelen interpretar que esa forma de hablar refleja un espíritu sumiso de la gente de este país, pero reflexivos intelectuales afirman que ese rasgo no debe ser tanto si en su historia proliferan las rebeliones’.

‘El uso de gerundios y diminutivos refleja una historia y una idiosincrasia, afirma la académica Susana Cordero de Espinosa’. ‘En cuanto al uso del diminutivo anotó, según la misma fuente, que abunda más en el español hablado que en el escrito y también es mucho más frecuente en la Sierra, una forma que expresa timidez, afecto y traduce una gran variedad emocional. Según la académica, de manera curiosa, en el diminutivo de Ecuador que registra frases como ‘cerquita de aquí’, ‘unos pancitos’, ‘apenas existe la idea de transmitir pequeñez’, pues es ‘expresión de cortesía, emoción, relación con las cosas’ y ‘cierto encogimiento’.

Cordero de Espinosa, directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, reafirma la función testimonial de identidad que cumple el habla: ‘Apenas escuchamos hablar a alguien en cierta intimidad, y aunque no sea así, nos damos cuenta de su seguridad o inseguridad en sí mismo, de su capacidad de empatía con el mundo; de su amabilidad natural o artificial’.

‘Cuanto dice revela su idiosincrasia, es decir, su carácter, su forma de ver y de vivir la vida. La palabra revela el ser que somos y si esto puede decirse, sobre todo, de la palabra que se nos da en la literatura, por su amplitud y profundidad, con mayor razón puede hablarse de lo que somos’ en el habla popular, sostuvo.

‘Ese ‘ser que se es’ en el habla popular, que no conoce de artificios, fluida y natural, que se deja decir en expresiones, refranes, nombres propios, diminutivos, apodos; en el habla del chiste y de la diversión. Es el pueblo el que consagra, en el uso, lo que ha de permanecer. Sin dejar de respetar el viejo lema académico: ´limpia, fija y da esplendor’, hoy más que nunca reconocemos que es el uso el que dicta lo que el idioma es, y presiente lo que será’.

• En defensa del diminutivo

Los extremismos en las ideologías, en las pedagogías y las lingüísticas tienden a exagerar y pontificar. Recordemos que el lenguaje es un ser vivo, que pervive más allá de las convenciones y reglas de los académicos.

El diminutivismo existe en el Ecuador. Manuel Espinosa Apolo, en su obra ‘Los mestizos ecuatorianos’ sostiene que ‘el diminutivismo es uno de los comportamientos más comunes en el lenguaje coloquial del español que se habla en el Ecuador’. Por eso, no es cuestión de jactarse ni de menospreciar el lenguaje popular. Si bien la implicación del quichua en este fenómeno es evidente, el diminutivo es un sonido dulce y suave, que tiene matices emocionales, que cubre a sustantivos, adjetivos y adverbios, y sobre todo explica el ser y el modo de ser de las personas, en el contexto ecuatoriano. La literatura ecuatoriana está llena de diminutivos.

En esa perspectiva, el pensamiento de Susana Cordero de Espinosa es válido: ‘No podemos relegar la lengua al azar de los hablantes: si queremos conservar el español, hemos de educar en el amor, el respeto y el cultivo de la lengua; lo que ocurra con ella no solamente viene del ámbito popular, sino también, sin duda ninguna, del ámbito cultural’.