Jornada de pausa, para reponerse de tantas emociones. La final entre Argentina y Alemania se antoja emotiva y al mismo tiempo táctica. Exquisita. Para algunos Argentina juega por América del Sur, por el Continente, por la latinidad, por los pobres y por un montón de sandeces más, aunque su estilo haya derivado en una defensiva pared que apela a la actitud antes que al control del balón.
Por supuesto que esto es lícito pero con los jugadores correctos. Ese es justamente el mérito de Alejandro Sabella, que encontró las piezas precisas y se jugó la piel por ellas. Dejó a Tévez en casa (en Miami, mejor dicho, por allá se fue a pasar vacaciones), que es como jugar ajedrez sin torres; pero encontró en Rojo a un poderoso alfil y en Mascherano a un caballo digno de novela épica. Pero quizás más conmovedor es la fuente de la fuerza de algunos jugadores, como el arquero Sergio Romero.
El famoso papelito que leía y releía antes de los penales con Holanda no era un aviso táctico ni un manual anti-neerlandeses, sino una vieja carta de amor que le escribió su esposa. El extenso repertorio de cábalas quedó corto con esta evidente cursilería que, al mismo tiempo, es lo más serio y profundo del mundo.
Al frente estará la Alemania más procesada de la historia, que combina momentos de auténtica escuela germana (verticalidad, potencia y contención en el medio campo) con esos detalles latinos de la posesión artística, las paredes y la alegría. Una Alemania moldeada por Joachim Löw, paciente maestro forjador de mentes y atletas que espera por el premio mayor a su inmensa obra.
Mientras el mundo aguarda el aliento, Ecuador entró en shock con el anuncio desde Colombia de que Reinaldo Rueda no seguiría más como entrenador de Ecuador. Alivio general que después mereció una aclaración de la Ecuafútbol: recién el 22 de julio comenzarán las conversaciones para retener al estratega. ¿Debe seguir? ¿Hay espacio para una segunda parte?
Pues no. Rueda solo puede mostrar resultados mínimos que, en cualquier evaluación, lo descalifican. Ir al Mundial en un eliminatoria que mete al 50% de sus participantes no es para creerlo el nuevo Mourinho. Era lo mínimo. Y en Brasil hizo menos de lo mínimo con sus cambios raros, sus decisiones extrañas y sobre todo su evidente desconcierto de lo que estaba pasando a su alrededor. No es popular. Su crédito está agotado. Con él no puede haber carta de amor.