La Nación
ARgentina, GDA
Me desplomé y tropecé, pero no me derrumbé/ superé todo el dolor, canta Whitney Houston en la canción I didn’t know my own strength de su nuevo disco ‘I look to you’, el primero que realiza desde 2002.
140 millones de discos vendidos
Nació en una de las familias más renombradas de la música gospel. Su madre, Cissy, reconocida cantante de ese género, es prima de Dionne Warwick y cantó con Aretha Franklin, que es madrina de Houston.
La joven cantante de coros de iglesia fue descubierta a principios de los ochenta por Clive Davis, el productor que ahora se empeñó en redescubrirla.
En los mejores días, recaudó USD 400 millones con la venta de 42 millones de copias de la banda de sonido de ‘El guardaespaldas’. Siete temas suyos fueron número uno en forma consecutiva.La letra del tema parece resumir las dificultades que hicieron que Houston pasara de admirada artista, de gran esperanza negra para el público de todos los colores a ser el peor chiste de los comediantes y la mejor señal de advertencia para artistas nuevos con aspiraciones de estrella.
Una diva sin una historia de sufrimientos personales y problemas emocionales es apenas una cantante, decía un crítico de The New York Times, al tiempo de reseñar el disco que Sony Music lanzó el mes pasado para explicar el atractivo de Houston.
Lo cierto es que si el nivel de divismo se midiera por el desorden y el caos personal, Whitney Houston podría ingresar en el libro Guinness de los records -donde ya figura por el éxito de venta de sus discos- como la más grande de las divas, por encima de Cher, Tina Turner o Mariah Carey.
Ninguna de ellas empezó con tanta suerte y cayó tan bajo como Houston. “Pensaba irme con mi hija a una islita a vender fruta en la playa”, le confesó Houston a Oprah Winfrey hace unas semanas en la primera entrevista que otorga desde 2002.
En aquella oportunidad, frente a la periodista Diane Sawyer, la cantante, visiblemente desmejorada, confesó que ocasionalmente consumía drogas, sospecha que sus fanáticos ya albergaban desde su casamiento con Bobby Brown, un problemático cantante exitoso en la adolescencia y escandaloso en la adultez.
El matrimonio de la chica buena del soul que había logrado una impecable carrera también en el mundo pop con el malo de la película terminó mal, con denuncias de malos tratos y una adicción a la cocaína que provocó la intervención de la familia.
“Un día, mi mamá entró a mi casa con un oficial de la ley y con una orden del juez para sacarme de esa situación. Bobby estaba ahí y mi madre le advirtió que, si intentaba impedir algo, iba a ir preso”, relató Houston en su larga entrevista con Oprah.
Houston se casó con Brown el mismo año, 1992, en que se estrenó El guardaespaldas y la fama de la cantante adquirió dimensiones planetarias.
Mientras en la pantalla grande interpretaba a la estrella de la música Rachel Marron, que buscaba y lograba la protección del ex agente del servicio secreto interpretado por Kevin Costner, en la vida real la cantante comenzó una gira que duraría casi tres años y que la llevó al borde del agotamiento y a tener problemas con las drogas.
Mientras daba la vuelta al mundo dada vuelta, la joven reina del soul comenzó una caída libre alejada del ojo público, o algo así.
Unas fotos de su casa repleta de basura y elementos relacionados con el consumo de drogas se filtraron a la prensa amarilla, y cuando la otrora bella Whitney apareció en un homenaje a su amigo Michael Jackson esquelética y balbuceante, el mundo confirmó que algo muy malo estaba sucediendo con Houston.
Los rumores sobre su muerte no se hicieron esperar y todos señalaban al marido, amargado y celoso de su éxito, como el culpable de la decadencia de la estrella.
Por estos días, ya recuperada, divorciada de Brown y con un nuevo disco en su haber, Whitney Houston asegura que todo lo que hizo lo hizo por amor a su ex esposo -en su momento confesó que el sexo con él era su única droga- y que dijo basta cuando se vio a sí misma encerrada durante días mirando televisión, consumiendo cocaína y rodeada de paredes y muebles destrozados por el iracundo y borracho Brown.
“Hubo momentos en que él rompía vidrios, cuadros. Luego empezó a pintar ojos por toda la casa: ojos malignos en paredes, alfombras y puertas. Era muy extraño”, relató Houston en la televisión, donde se la vio tranquila, aunque, a la hora de cantar, tanto sus admiradores como sus detractores notaron que la ruta de la redención artística es más empinada que la personal.
A los 46 años y con más de una década de excesos encima, a la voz privilegiada de antes se la escucha esforzada, con el aliento justo para pasar de una nota a la otra. Pero la diva sigue ahí. En el disco nuevo, entre los agradecimientos, hay una mención de sus admiradores de todo el mundo (“gracias por mantener la fe”) y entre la lista de temas una canción, Like I Never Left, que suena a una de esas plegarias que la niña cantante conocía tan bien y la diva adulta olvidó por un rato. “Y quiero que me ames como si nunca me hubiese ido”.