Con esperpentos y fantasmas vuelve el pasado. Aquel pasado que el Ecuador condenó. Aquel pasado que las viejas prácticas gastaron y que juraron desterrar. Vuelve el pasado con su rostro marcado por una irónica sonrisa.
Para los que durante años condenamos los vicios del poder, los cogollos impenetrables de los partidos, los cacicazgos y las malsanas maquinarias electoreras de tanto populismo y clientelismo que ha dejado la república yerma, como campo devastado, ver la historia mil veces repetida es triste, decepcionante.
Vuelven las imágenes y las voces de dos años de vértigo y hastío, de verbo insuflado, de denuestos y descalificaciones. Vuelven los fantasmas de la ruptura flagrante del Estado de derecho. Vuelven cobijados en el anonimato de los manteles de la noche turbia los expedientes de conciencias vendidas y alquiladas.
Vuelven las escuchas y las sombras de borrosas imágenes de deudas y videos clandestinos, de charlas noctámbulas y presuntos acuerdos sospechosos nunca investigados.
Oscuros encuentros con truculentos grupos de farsantes disfrazados de verde oliva que matan y secuestran. Los desvíos de contratos y los cheques que se comieron en episodio que la conciencia no digiere porque indigesta.
Vuelve el nepotismo rampante en la Política Nacional. Aquel que muchas tardes y noches vio un edecán que se ofendió por el ir y venir de consanguíneos y amigotes en la algarada que terminó en exilio. Aquel que luego abrió como puerta de vaivén la llave del viejo palacio a sus parientes, repitiendo la historia ante la indignación de la plebe. Hoy vuelve con disfraz de hermano mayor. Con escudos y cortinas de empresas de papel en paraísos fiscales, con una maraña de siglas, directorios, acciones y concursos. Licitaciones públicas y contratas millonarias. El pasado vuelve.
Hoy vuelve para escarnio de los soñadores que todavía quedan suspirando el cambio. El cambio, para que no vuelva el pasado; el cambio, para desterrar las prácticas cuestionadas; el cambio, para operar la revolución de las conciencias. Y quedan las cenizas de aquellas conciencias divorciadas consigo mismas, el cambio que tardó, que nunca llega.
Y deambulan por pasillos y hemiciclos las voces desgarradas que sugiere el histórico mural “algún día resucitará la patria” pensaba Eugenio Espejo. Y la patria que no llega, que ya no es de todos, que otra vez parece de unos pocos. Vuelven los que no actúan con la urgencia que las causas merecen. El control que no llega, la justicia que mira a todas partes menos a archivos y expedientes contractuales, que ni acusa ni escudriña.
Allá donde el poder lo enmaraña todo llega la prensa libre para revalorizar su rol en tiempos de ataques y descrédito. El amanecer tarda, nunca llegó, en los albores de la celebración de 200 años de espera.