Pablo Fiallos. Redactor
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La más reciente película ecuatoriana, ‘Los canallas’, nace como un autorretrato de sus nueve realizadores. Ellos, además de dirigir, escribir y resolver las dificultades técnicas, también interpretaron a los protagonistas de la película. Pero lo que nace como una película coral, y al mismo tiempo intimista, termina por ser un discurso colectivo sobre la juventud y sus miedos, sus complejos, sus ansias, sus deseos…
La ficha técnica
Título: ‘Los canallas’
Guión y dirección:
Cristina Franco, Jorge Alejandro Fegan, Nataly Valencia, Diego Coral
País: Ecuador
Año: 2009. Dur.: 75 min.
Género: Drama
Música: Krios
Para quien disfruta de las libertades en el cine
Mediante un estilo que cruza con espontaneidad e irreverencia el formalismo visual, ‘Los canallas’ es un relato sencillo que podría conectar con el público gracias a sus personajes, sus diálogos y sus acciones naturales. Y aunque a momentos exista el riesgo de topar el estereotipo, las situaciones parten del localismo pero mantienen proyección universal.
Un trabajo creativo y original. El filme es un retrato de un mundo que desnuda los conflictos y plasma los sueños inmediatos de sus creadores, su sensación de realidad.
Son personajes llenos de inquietudes que sutilmente refieren a la cotidianidad actual como la ausencia de los padres que podrían sugerir la migración, sin caer en ningún momento en el relato social.
Son personajes llenos de heridas muy difíciles de curar, todos ellos, canallas, todos parecidos, y al mismo tiempo distintos. A través de ellos se exponen las preocupaciones de la juventud, reales y tangibles, como la sexualidad, o imaginadas y lejanas, como el tema del suicidio.
La cinta está narrada a través de historias íntimas que cruzan los reflejos de la vida de una colegiala, un boxeador, un guardia de seguridad, un vendedor de películas piratas, un aspirante a actor, una novia embarazada…
Ellos exponen, desde una perspectiva humorística, sus problemas individuales y los conflictos que surgen dentro de sus relaciones; pero también la inevitable sensación de soledad de la cual pareciera imposible escapar.
Hay un juego permanente con los recursos cinematográficos, como la voz en off, los carteles, las transiciones no tradicionales, los cortes en la estructura y los retrocesos.
No es una película abordada desde el academicismo de la escuela, sino hecha a partir de la libertad creativa de sus autores. Una libertad que no solo se refleja en el uso de los artificios técnicos, sino más bien desde la selección y el tratamiento de las temáticas, de los personajes y de la presentación y, ¿resolución?, de sus conflictos.
Hay en el filme un discurso sincero sin pretensiones que genera una sensación de melancolía al final. No solo por la posible identificación con la etapa de la juventud, también por el gusto del atrevimiento, sin miedo a la exposición, a esa necesidad de expresión que puede convertirse en un grito de libertad.