Omayra y dos amigos caminan por el sur de Quito. La venezolana llegó en septiembre y encontró un trabajo estable. Foto: Paúl Rivas / El Comercio
Es un solo cuarto. Allí vive Joel y otros siete compatriotas venezolanos que llegaron a Ecuador. Unos arribaron hace siete meses y otros apenas hace dos semanas.
En un rincón hay una olla con comida y una hornilla eléctrica; y en la otra esquina quedan maletas aún por desempacar.
En el suelo están distribuidos cuatro colchones prestados que hacen de camas. Por ese cuarto pagan USD 120 al mes e incluye un baño que está en el patio y que comparten con más inquilinos de esa casona colonial, en una calle estrecha del Centro Histórico de Quito.
Joel tiene 28 años, una maleta y USD 500. Es todo lo que trajo al Ecuador. Ahora piensa quedarse y trabajar junto con un compatriota que ofrece una comisión por cada venezolano que realice el “raspado de tarjetas”, un negocio que promociona en la Internet. Esta es una práctica entre venezolanos para conseguir dólares en efectivo, ya que en su país, por el control cambiario, se prohíbe la compraventa libre de esa moneda.
De hecho, el dólar estadounidense es lo que hace atractivo al Ecuador. Para los venezolanos, un sueldo ecuatoriano les permitiría vivir bien en su país si es que lo cambiaran en el mercado ilegal. El tipo de cambio oficial es 6,3 bolívares por dólar, pero en el mercado irregular puede llegar hasta 180 bolívares por dólar.
“El costo de la vida es demasiado elevado. Un sueldo mínimo es de 9 600 bolívares, pero una lavadora cuesta 400 000 bolívares, ¿cuánto tiempo tendré que trabajar por una lavadora?”, dice una joven venezolana. Antes de contar su historia pide que para esta publicación le cambien el nombre y que solo la llamen Omayra.
Ella está en Quito desde septiembre pasado. Reside de forma permanente con la denominada “visa convenio”.
Esta le permite trabajar y tener una residencia en Ecuador por un año. Trajo todos sus documentos para legalizar su permanencia y ahora tiene empleo estable. “Tuve mucha suerte”.
La mayoría de su gente se emplea como camareros, vendedores, en bares, limpieza y muy pocos en su profesión.
Ella vive con cuatro amigas en un departamento que tiene cuatro habitaciones cerca de El Ejido. Pero las dos últimas semanas han llegado sus primos, amigos y conocidos. Actualmente hay 10 personas en el departamento. Todos están aquí para quedarse.
Es jueves 3 de diciembre y un intenso calor se siente en la capital. Desiré, otra chica venezolana, está acostumbrada más al sol que al frío, pero ese día se siente agotada. Ingresa a un restaurante de la Plaza Foch, corazón de la zona rosa, y pide un jugo. Está acompañada de seis coterráneos, quienes llegaron hace cinco y tres semanas.
Al aeropuerto internacional Mariscal Sucre de Quito, en Tababela, llegan cinco vuelos semanales que cubren la ruta Caracas-Bogotá-Quito.
Pero la mayoría de los viajeros que llega a trabajar prefiere el viaje por tierra. En mayo, el Consejo Superior de Turismo venezolano estableció un aumento de 400% en las tarifas de los pasajes aéreos.
El trayecto por tierra dura tres días y medio y cuesta entre USD 200 y 300. En la cooperativa de buses Internacional Rutas de América se habla de “temporada alta”. A partir del encarecimiento de los pasajes aéreos se ha experimentado mayor demanda. Antes los buses salían dos veces por semana desde Caracas. Ahora lo hacen los martes, jueves y sábado. Siempre van llenos.
La misma ruta cubren las cooperativas Ormeño Internacional y Panamericana.
A pesar de que el INEC registra un incremento del ingreso de venezolanos en los tres últimos años, la Cancillería no cree que se trate de un problema. Como sí lo es la llegada de cubanos, para quienes se exige visa desde el 1 de diciembre.
Cuando hizo el anuncio de visado para los isleños, el canciller subrogante, Xavier Lasso, aseguró que en este año se han dado 588 visas no migrantes (turismo, negocios, etc.) para venezolanos. “No es una cantidad que nos debería producir preocupación. La migración per sé no nos preocupa, somos un país receptor de migración. No hemos tratado el caso venezolano porque no lo vemos como un problema” y confirmó: “por el momento no se prevé poner visa a otros ciudadanos (además de cubanos)”.
Joel estuvo atento a esa noticia y se la comunicó a dos amigos que planean llegar en dos semanas en bus. Él también hizo el viaje por tierra hace siete semanas. Atravesó 1 755 km, desde Caracas, en el Atlántico, cruzó la frontera colombo-venezolana por Cúcuta y desde ahí, toda Colombia. Llegó a Rumichaca, en Carchi, y luego a Quito. Fueron tres días metido en un bus.
Allí conoció a Simón y tras hablar de sus planes, decidieron vivir juntos. Simón tiene 29 años y oficialmente está en el país como turista, pero en realidad trabaja en un bar de la zona turística. Casi no conoce nada de Quito, algo del Centro Histórico y un poco del norte.
Él fue quien compró la cocina eléctrica y la olla. “Ahora estamos viviendo de enlatados, fideo y arroz”, relata. Salir a comer a un restaurante sería un lujo para él. Su plan es vivir tres meses, ahorrar todo lo que pueda y volver a su Venezuela con dólares para subsistir.