En su libro ‘El banquero de los pobres’, Muhammad Yunus cuenta la historia de Sufiya Begum, una madre de tres hijos que elaboraba taburetes de bambú en Bangladés.
Puesto que Sufiya no contaba con los 22 centavos que costaba el bambú necesario para fabricar cada taburete, tenía un trato con el vendedor de bambú: él le entregaba el bambú y ella le vendía por dos centavos cada taburete a él.
Si Sufiya hubiera tenido acceso a crédito para adquirir materia prima se habría liberado del vendedor y habría vendido sus taburetes, a mejor precio, directamente a los clientes.
Las limitadas oportunidades de Sufiya contrastan con la fortuna de Kevin Taweel, un estadounidense recién graduado de la Escuela de Negocios de Stanford.
Kevin obtuvo USD 250 000 de un ‘search fund’, un fondo que financia la búsqueda de empresas para comprar. Después de año y medio, Kevin identificó una empresa atractiva. A cambio de su aporte al fondo, los inversionistas tenían el derecho a invertir primero en la empresa elegida. De ellos y nuevos participantes, Kevin obtuvo USD 8,5 millones para adquirir la empresa. La reestructuró y expandió sus operaciones, y el valor de la acción saltó de USD 3 a USD 115 en 4 años.
Para hacer plata se necesita plata. Ni Sufiya ni Kevin contaban con el dinero para emprender su negocio. Pero, a diferencia de Sufiya, Kevin tuvo quién le preste. ¿Por qué? Sí, él había recibido una valiosa educación y ella no. Pero, asimismo, Sufiya había demostrado honrar sin falta su compromiso de entregar al vendedor el taburete hecho con el bambú que él le había prestado, mientras que Kevin no había probado ni excelencia en la búsqueda de empresas atractivas ni honorabilidad en el manejo del dinero ajeno.
La diferencia radica en que ella vivía en un país donde prácticamente no existía un mercado financiero formal. Si quería un préstamo, tenía que recurrir al chulco, que le cobraba hasta 10% de interés diario. Por eso estaba condenada a ser sierva del vendedor.
Un factor cardinal en el desarrollo de los mercados financieros es el respeto a la propiedad privada. Sin él, las personas no ahorran por temor a perder su patrimonio, lo que deja a las instituciones financieras sin recursos para prestar. Ahí es cuando aparecen los chulcos y mueren las oportunidades.
Esto está ocurriendo en el Ecuador. El Banco Central ha obligado a la banca privada a repatriar parte de sus reservas. El objetivo es cambiar esos recursos con bonos de entidades financieras del Estado para que ellas los canalicen como préstamos.
Esa coerción arbitraria del dinero de los depositantes motivará a los ciudadanos a ahorrar directamente en el extranjero o debajo del colchón. De ese modo, habrá menos recursos para prestar, más inestabilidad financiera y 13 millones de Sufiyas.