Carlos López: ‘Los médicos no matamos, estamos para salvar vidas’

Ayer, el médico Carlos López y su esposa Amira Herdoíza hablaron del juicio. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO

Ayer, el médico Carlos López y su esposa Amira Herdoíza hablaron del juicio. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO

Ayer, el médico Carlos López y su esposa Amira Herdoíza hablaron del juicio. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO

Carlos López fue acusado por negativa de atención médica el 2009, pero lo detuvieron en enero pasado. Salió libre anteayer.

‘Estuve preso 38 días en la Cárcel 4 de Quito. La celda en la que dormía era de 9 metros cuadrados. Llegué a ese lugar­ tras ser condenado a un año,­­ porque supuestamente­ negué la atención médica a Charlotte Mazoyer, una joven francesa que fue asaltada y baleada en el 2009.

Al final se comprobó mi inocencia, pero los 38 días que estuve en prisión jamás los olvidaré. Recuerdo que cuando entré a la cárcel, las imágenes de la noche del 12 de septiembre del 2009 regresaron otra vez a mi mente. Esa noche festejaba con mi esposa y mis padres el cumpleaños de mi segunda hija. Justo cuando íbamos a comer, el teléfono sonó. La llamada era de la clínica. Solo me dijeron que una joven llegó con una herida de bala y que era una emergencia.

En ese momento tomé las llaves de mi carro, prendí las luces intermitentes e invadí el carril exclusivo del Trole. Cuando llegué, la joven se encontraba consciente. Le pregunté cómo estaba y me dijo: ‘Me duele mucho, tengo miedo’. Intenté calmarla y de inmediato pedí el reporte.

Tenía dificultad para respirar. Uno de sus pulmones estaba lleno de sangre. Por eso tuvimos que intubarla. No sabíamos dónde estaba la bala, ni qué órganos fueron afectados.

Hicimos análisis, resonancias y luego entramos al quirófano. Allí el corazón se detuvo, dejó de latir. Entonces abrí el tórax y empecé a masajearlo. Se recuperó, pero segundos más tarde falleció.

Su muerte me impactó; era muy joven. No podía creer que personas, por arrebatarle el dinero, le hayan disparado. Regresé a mi casa a las 02:00. Le conté a mi esposa lo sucedido y lloré. Ese momento pensé en mis hijas.

Nunca pensé que ese sería el inicio de siete años de juicio. El lunes, después de la muerte de la joven, llegué a la clínica y escuché que la familia estaba reclamando por la atención. No me asusté, pues hice todo lo médicamente posible por salvarla.

Eso también les dije a mis compañeros de celda cuando me preguntaron del caso.

La primera noche en la cárcel no pude dormir. Me levanté a las 05:00 y me duché. Todo era extraño, los baños no tenían puertas... Recuerdo que ese día me sequé con mi camisa, luego mi esposa me llevó ropa limpia.

Estaba preocupado porque la condena era de un año. Mi última esperanza era el pedido de revisión. Para evitar pensar en eso empecé a leer y a hacer ejercicios.

Me devoré cinco libros, pero me excedí con el entrenamiento, sufrí un ‘shock’ postraumático. Perdí la memoria y me tuvieron que llevar al hospital. Allí estuve 10 días hasta que recibí la noticia de mi inocencia.

En ese momento lloré mucho. Por fin era libre. Se comprobó que actué con base en protocolos. El abogado de la familia Mazoyer siempre se mantuvo en que no se le dio atención, pero no fue así.
No se puede criminalizar la práctica médica. Los médicos salvamos vidas.

Han sido siete años que no he podido dejar el país. No pude ir en el 2013 a la graduación de mi primera hija, en Francia. El año pasado obtuvo su PhD y tampoco estuve ahí. Otro momento difícil fue en octubre del 2014. Ese mes murió mi madre.

Ella oró por mí en estos años de juicio. Era una mujer devota, pero su fe se quebró por los fallos judiciales en mi contra. Pocos días antes de morir, me dijo: ‘Dios no me escucha’. La abracé y le dije que los tiempos del Señor no son los tiempos del hombre. Ahora estoy convencido de eso. No tengo rencor en contra de la familia de Charlotte.

La pérdida de su hija no debió ser fácil. Los médicos no matamos, estamos para salvar vidas. Y espero seguir haciéndolo”.

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