Cuentan con el bono como capital de trabajo. No las ha sacado de los niveles de pobreza, pero al menos les sirve para multiplicar, un poco, el valor que se les entrega mensualmente.
Eso, pese a que el objetivo de acceder al beneficio debiera ser el mejoramiento de la educación y de la salud de sus hogares.
Sin embargo, como cuenta Julia N., de 45 años, el bono no alcanza para todos los gastos y, por eso, utiliza más de la mitad de esos USD 35 que recibe para comprar cosméticos y luego revenderlos.
“Destino unos USD25 o a veces todo, dependiendo del mes, para comprar productos de catálogo. Y luego los vendo. Recupero la plata, más la ganancia. El problema es cuando a veces no me pagan. Ahí sí me friego”.
El silencio es cómplice entre otras mujeres que esperaban la semana pasada en las oficinas del Banco Nacional de Fomento para solicitar un crédito productivo. Varias de ellas afirmaron hacer lo mismo cada mes. “Hay que buscarse el pan a como dé lugar. Yo, con el bono, compro ropita a unos comerciantes y luego la vendo unos centavitos más cara. Así ayudo a mis tres hijos”, explica Juana R., de 40 años.
El fenómeno se ha repetido desde que se implementó el bono en 1998. En un estudio realizado por Amparo Armas, para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), se determina que en el Programa del Bono de Desarrollo Humano participan 1,2 millones de mujeres ecuatorianas, lo que representa el 24% de la población femenina del país y que pertenecen mayoritariamente a mujeres de hogares que viven en pobreza e indigencia.
“Las mujeres ecuatorianas deben realizar mayores esfuerzos laborales que los hombres para contar con ingresos, lo que las obliga a emplearse en condiciones precarias o a adoptar estrategias de participación laboral, como el multiempleo y la extensión de su jornada semanal de trabajo, que les permiten sobrevivir, pero que van en detrimento de su calidad de vida y salud”.
Según las cifras del INEC, el nivel de desempleo entre las mujeres es de 5,4%, mientras en los hombres es de 4,1%.