El resultado de los comicios en Perú saca a flote el recurrente problema que, de cuando en cuando, recorre a todos los países de Latinoamérica: la poca adhesión de sus habitantes a los postulados democráticos y a la idea que solo a través de programas económicos que privilegien la iniciativa privada, se puede conseguir un avance real en la calidad de vida de sus pueblos. El caso peruano es emblemático: durante los últimos años su economía ha crecido de manera que cerca del 15% de la población ha salido de la pobreza. Sin embargo no ha sido suficiente para que esa enorme legión que aún sufre los embates de una vida llena de carencias deje de creer en una serie de planteamientos que, de llegarse a aplicar, seguramente les dificultará aún más las posibilidades de alejarse de una subsistencia plagada de limitaciones. Continúan pensando, en forma elemental, que su estado de postración se debe al bienestar de su vecino. No alcanzan a percibir que solo un sistema que genere riqueza podrá brindar las condiciones necesarias para que se la distribuya de mejor manera. Por el contrario, si siguen adhiriendo a postulados que ahuyentan la inversión, sin empleos, difícilmente podrán percibir los beneficios que ofrece una sociedad moderna.
Tampoco perciben que, a más de lo anterior, es trascendental que los gobiernos sean consecuentes con las reglas del juego democrático. No solo se requiere hablar de democracia para obtener el apoyo de la ciudadanía en un acto electoral. Un estado realmente democrático se basa en el principio fundamental de la división de poderes, el respeto entre instituciones. Lastimosamente los antecedentes de los dos candidatos finalistas hacen temer que los rasgos autoritarios retornen al escenario peruano.
Por cierto, los candidatos que se han quedado en el camino deberán sacar sus propias conclusiones. Basta mirar los resultados para ver que la tendencia representada por quienes querían mantener el modelo económico que tantas ventajas le ha brindado a Perú en estos últimos años, suma cerca del 45% de las preferencias electorales. La división y el fraccionamiento solo ha servido para quitarles cualquier opción de acceder al poder y tener que contentarse con una importante presencia legislativa desde la cual pretenderán vigilar que lo conseguido no se derrumbe.
Queda claro que es urgente poner más énfasis en la atención a los más pobres para evitar que las sociedades, en su conjunto, vean corroer los principios de sus democracias. No basta el crecimiento económico por sí solo. Hay que trabajar con más intensidad en mejorar la calidad de los servicios que reciben aquellos que por el momento no tienen otra opción que receptar el apoyo estatal. Es una tarea que tiene que ser permanente, en la que no pueden haber desmayos. Solo así se podrá conjurar las amenazas que representan los falsos redentores.