¿Cómo es posible que Perú que tiene niveles insuperables de crecimiento y bonanza económica se encuentre ante la disyuntiva de escoger entre “sida” y el “cáncer” como lo puso Vargas Llosa al referirse a Humala y Fujimori, los finalistas de la contienda presidencial?
La respuesta se encuentra en las debilidades y falencias del milagroso modelo peruano, que en su camino de florecimiento, ha dejado a millones sin disfrutar de sus bondades. Y la lección es cristalina, un modelo en el que sistemáticamente se mantienen excluidas grandes porciones de la población, y en donde no se transforma tanto su sistema educativo como las instituciones de la democracia -partidos políticos entre ellos, no olvidemos la crisis del APRA-, está condenado a la posibilidad del abismo existencial.
Las cifras de crecimiento del país vecino producen sana envidia. No muchos países en el planeta pueden mostrar crecimiento sostenido a niveles del 7% promedio en los últimos años, y todo eso en medio de la recesión mundial en la que la economía peruana se mantuvo sólida como una roca. Pero el éxito no estuvo solo basado en una política económica consistente desde el fujimorato, sino que se dio gracias a la benévola coyuntura internacional.
Durante la última década los precios de los minerales subieron vertiginosamente y Perú es el productor más grande del mundo de plata, el segundo de cobre y zinc y el sexto de oro. Lastimosamente el agresivo crecimiento no necesariamente se tradujo en programas sociales más eficaces ni en un automático mejoramiento de la condición de vida de la mayoría, mucha de la cual sigue marginada del boom de la economía. Si no, basta con ver la pobreza de la Sierra peruana y saber que provincias como el Azuay reciben una buena cantidad de migrantes de ese país, que buscan mejores días en este lado de la frontera. De hecho 1 de cada 5 niños peruanos sufre de desnutrición y un quinto de toda la población no tiene agua potable.
El Estado peruano, así como sus instituciones no funcionan mejor después de todo el desarrollo alcanzado. De hecho la corrupción y la creciente inseguridad en las calles han cobrado un precio alto a la posibilidad de que el modelo perdure en el tiempo, y haga los ajustes necesarios.
El descontento con la clase política y con el modelo de voraz crecimiento y poca redistribución ha conducido a que los peruanos escojan entre una propuesta antisistémica atenuada y otra de vocación democrática incierta y de corte populista. Esto demuestra que un modelo sin una sólida base social que accede a los beneficios del sistema no siempre pasa las pruebas electorales, y más aún que está sujeto a que los fantasmas de la reinvención socialista y populista/autoritaria siempre estén a la vuelta de la esquina.