Sobrevivientes del terremoto llegaron hasta el Hospital Eugenio Espejo en Quito para realzarse chequeos médicos. Foto: EL COMERCIO
Lo que más quiere José es regresar a su vida de antes y poder dormir en su hogar. Él tiene 60 años y llegó junto a su esposa al Hospital Eugenio Espejo, en Quito, el miércoles 20 de abril. Lo hicieron por su cuenta, pues resultaron ilesos en el terremoto de 7.8 grados que sacudió la Costa ecuatoriana el pasado sábado, pero tenían que hacerse unos chequeos médicos.
Ellos vinieron de La Florida, comuna ubicada en El Carmen, una de las zonas afectadas por el terremoto. El 16 de abril, cuando ocurrió el sismo, ambos estaban en su casa junto con su hijo, un sobrino, la esposa de este y un nieto. Todos corrieron a la sala para protegerse. Después del movimiento telúrico pudieron salir de la casa aunque ya estaba en los escombros.
“Lo único que se salvó fue el refrigerador. Teníamos unas cuatro gallinitas y murieron aplastadas”, contó la mujer, “yo lo único que pedía en ese momento es que se destruya todo, menos nuestras vidas”.
Por suerte, nadie de su familia falleció, pero como conocieron a varios amigos del barrio que quedaron sepultados bajo los escombros. “Carlos Ruiz, un gran amigo y comerciante, arrendaba un local en el edificio que se vino abajo. Él ayudó a salir a algunas personas pero no logró salvarse”, comentó.
José es ebanista y tenía un pequeño taller cerca de su casa, del cual tampoco quedó nada, dijo. Hace algún tiempo, él ya no tenía mucho trabajo porque “ya no hay mucho negocio para la madera”. Sin embargo, este sábado cuando regresen a su tierra, se pondrán a manos a la obra para reconstruir su casa. “Las camas y los muebles yo sé hacer, pero necesito ayuda para el techo y la construcción”.
José tiene tres hijos, quienes le sugirieron que sería mejor si se mudara a vivir a Quito, para que pueda hacerse los chequeos médicos, pero él no quiere. Toda la vida se ha criado en El Carmen y dice que sería difícil dejar su hogar. Además, uno de sus hijos vive en una casa frente a la suya con su nieto.
“Ese niño me quiere más que al papá. Yo lo cuido, le compré la mochila para el colegio y todos los días que viene le doy un huevo cocinado”, dijo. “Ahora le compré unas pilas para un juguete y él me está esperando y pregunta por mí”.
Los esposos están felices por estar con vida, pero les preocupa cuánto podrá tardar la reconstrucción de su pueblo y cuándo podrán volver a tener una vida normal.